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Amando de Miguel

La riqueza del español

Marcos de Pablo Lucas (Burgos) me envía un completo informe sobre la riqueza expresiva que puede darse a la palabra cojones, casi siempre de forma simbólica o analógica. Añado una variación. La expresión “una tía con un par de cojones” no es injuriosa ni despectiva para las mujeres. Equivale a decir que es una gran mujer, incluso muy femenina.
 
Alberto Pardina (Huesca) me pide una explicación sobre la palabra almuerzo. ¿Es la comida principal del mediodía o la accesoria de media mañana? Pues las dos cosas. O quizá las tres, pues el almuerzo puede ser también el desayuno, esto eso, “dejar de ayunar” a primera hora de la mañana. He ahí otro ejemplo de vacilación léxica que hace tan estimulante el habla. Para mí el almuerzo es más bien la comida de media mañana. Los vascos dicen amaiketako (lo de las 11). Me resulta un tanto cursi llamar almuerzo a la comida principal que se hace a eso de las dos o las tres post meridiem. Pero reconozco que la gente elegante o con posibles así lo entiende. En latín llamaban prandium a ese almuerzo de media mañana, pero la palabreja quedó como genérico para comer a cualquier hora. En castellano clásico se llamaba “pasto” a esa comida genérica. La cena está emparentada con “comunidad” porque era tradicionalmente la comida en familia. Almuerzo se compone del al arábigo (el artículo el) y una derivación del latín morsus, bocado. En mi tierra zamorana dicen “muerdo” y está bien dicho. De bocado vino bocadillo y luego bocata. Ya se ve que lo de comer es cosa principalísima, pues necesitamos unas cuantas palabras para describir esa acción.
 
José Luis Maestro ─otro habitual de este rincón de curiosidades léxicas─ me pide mi parecer sobre la expresión “hacerse de rogar”. Es un poco enrevesada, pero es perfectamente correcta. Yo me hago de rogar cuando me resisto a una petición si no es después de mucha insistencia. Es una acción muy típica de esa actitud tan española que consiste en aparentar algo inauténtico y taimado. El verbo hacerse se emplea mucho en expresiones groseras (una paja) o de disimulo (el muerto). Me remito al estupendo Diccionario de equívocos de León Deneb (Biblioteca Nueva).
 
Con demasiada alegría despaché aquí la distinción entre conciencia y consciencia como términos equivalentes. Qué tontería, pocas palabras hay que sean realmente equivalentes. Si así las consideramos es por pereza. Luis Armero Amat me reprocha esa pereza y con razón. Reconozco que él ha pensado más y ha dado con la clave interpretativa por lo menos para una gran parte de los casos. Para don Luis la conciencia se refiere a la parte ética, al deber ser. En cambio, la consciencia equivale a darse cuenta, al conocimiento. Con todo, añado yo, que la distinción no está clara. Cuando “perdemos la conciencia” por un accidente no hay parte ética sino mero conocimiento. No solo eso, al acusar de inconsciente a una persona, podemos aludir a su aspecto ético, a su falta de escrúpulos morales. En resumen, los dos sentidos se contaminan mutuamente. Es lógico. Los hombres tenemos conciencia (moral) porque somos conscientes (conocedores) de las cosas. Es un ejemplo más de que lo que parece confusión idiomática es la expresión de su riqueza.
 
En la misma línea de lo anterior, Manolo Aguirre Moscardó (Madrid), insiste en la correcta distinción entre lo ético (conciencia) y lo cognoscitivo (consciencia). Todavía María Ortuño Palao vuelve sobre lo mismo. Reitero lo dicho, no sin admirar, una vez más, la exquisita curiosidad de los amigos de LD.
 
Marcos González-Cuevas, entro otros muchos, insiste en que “el reflejo de las luces en el mar” es rielar mejor que reverberar. Pensándolo bien, creo que yo nunca he conjugado el verbo rielar,  excepto para recordar el famoso poema de Espronceda. Es como lo de gualda, que siempre decimos “amarillo” y todos nos entendemos mejor. Algunas palabras son necesarias para el lenguaje poético, para rimar.
 
Jesús Miguel González se pregunta cuál es la voz adecuada para designar las conductas tortuosas de algunos gobernantes que no informan bien de lo que hacen. ¿Esa conducta es “oscurantista” o más bien “ocultista”? Se emplean las dos versiones, pero es mejor “oscurantista”: no dejar al pueblo que se informe o que se ilustre. El “ocultismo” es la pretendida ciencia de los brujos y similares. Naturalmente, hay un parentesco entre ambas palabras: lo tenebroso, oscuro, siniestro.
 

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