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Guillermo Rodríguez

Apple: todo un ejemplo

Mientras los usuarios de Windows abominan de Microsoft, los de Apple besan todas las mañanas la manzana que decora sus ordenadores

Resulta fascinante destripar la historia de Apple. Creada en 1976, desde el principio cumplió con una de las premisas de toda compañía de nuevas tecnologías que se precie: nació en un garaje. Los 1.300 dólares de inversión inicial no fueron sencillos de obtener para sus dos fundadores, Steve Jobs y Stephen Wozniak: el primero tuvo que vender su coche y el segundo su calculadora HP. Contemplado desde 2004, su primer producto, el Apple I, suscita cierto sentimiento de ternura: resulta complicado comprender cómo eso podía funcionar. Ya en su primer año las ventas de la compañía ascendieron a 774.000 dólares. También, como en un buen guióm, Apple registra pasajes de tensión y de disensiones internas: en 1981 Wozniak estrelló el avión que pilotaba. Sufrió una amnesia de la que no se recuperó hasta dos años después, cuando regresó a Apple. Pero las cosas ya no eran lo mismo. En 1985 abandonó la compañía de la manzana como corresponde a todo director de una empresa de nuevas tecnologías: su cuenta corriente había engordado 100 millones de dólares y su confianza en la empresa menguado muchos enteros. Tiempo más tarde, Wozniak lamentaba que "Apple no es la compañía que yo esperaba que fuese".

Steve Jobs asumió en solitario los mandos de la nave hasta extremos inimaginables. Cuando este mismo año le diagnosticaron un tumor cancerígeno en el páncreas, los cimientos de la compañía temblaron. ¿Sería posible un Apple sin Jobs? Probablemente, aunque no sería igual. Porque, hasta el momento, este directivo de cara astuta, gafas de empollón y olfato de emprendedor –también es presidente y consejero delegado de la muy rentable factoría de animación Pixar– ha demostrado no sólo cómo se dirige un negocio con mano firme. También, y tal vez sea lo más importante, ha sabido ir dos pasos por delante de la realidad. Pocos, muy pocos, acertaron a prever el éxito de sus reproductores musicales iPod. Son caros pero maravillosos: en la palma de la mano dispones del mismo espacio que en una CPU para almacenar canciones y más canciones. Con sus reproductores, Apple ha conseguido el más difícil todavía: que un artículo de semi-lujo (cada iPod cuesta 300 euros) se convierta en una necesidad. Esto no hubiera sido posible sin la patina de chic que rodea a todo producto de la compañía de la manzana, fomentado fundamentalmente por su legión de fervientes usuarios. Mientras la gran mayoría de los usuarios de Windows abominan de Microsoft, los de Apple besan todas las mañanas la manzana que decora sus ordenadores.
 
No sólo los iPods. También sus portátiles, la tienda iTunes –que ya ha vendido 150 millones de canciones en año y medio– o los iMac han contribuido a que en el tercer trimestre la compañía haya duplicado sus beneficios e incrementado sus ingresos un 37 por ciento. Apple no es una compañía más. Es una de las más importante de las nuevas tecnologías y la Bolsa lo sabe. Y la recompensa. En abril de 2003, cuando lanzó iTunes, el precio de cada acción ascendia a 13 dólares. En mayo de 2004 alcanzaba los 27, en agosto 32 y ahora se canjean a 44,98 dólares. Conseguir dinero a espuertas y que encima te adoren. El sueño de toda empresa.
 

 
¿De verdad a alguien le sorprende que los usuarios de las redes P2P sigan descargando canciones a mansalva a pesar de la reforma del Código Penal? En caso afirmativo, que levante la mano quien jamás haya superado los 120 kilómetros por hora en la autopista o haya aparcado su vehículo siempre en zonas legales. ¿No hay nadie? Pues esto es igual. El peligro muchas veces alienta a perseverar.
 

 
Tiene mucho sentido que los dominios “.es” mantengan su perpetua decadencia. El “.com” es mucho más conocido y, he ahí la clave, más barato. Aun así, ruboriza un poco que los alemanes registren 174 veces más dominios de segundo nivel y los  británicos 176 veces más que los españoles.

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