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Alejandro A. Tagliavini

Después de la convertibilidad

La irresponsabilidad de nuestros gobernantes ha convertido a la Argentina en un caos, donde la confiscación de los depósitos bancarios y la suspensión de pagos terminaron de ahuyentar a los inversores y al crédito

La convertibilidad de la moneda, que permitía al gobierno emitir un peso sólo contra la entrada de un dólar, garantizando así la paridad cambiaria, no era un sistema monetario ideal y en varias ocasiones fue sutilmente violado. Aun así, significaba cierta restricción al poder coactivo y discrecional del Estado y, por lo tanto, beneficiaba la libertad de los argentinos.
 
Los promotores de la eliminación de la ley de convertibilidad –derogada a fines de 2001, entre gallos y medianoche, mostrando la irresponsabilidad de los legisladores– sostenían que era imposible exportar debido a los altos salarios en dólares de los trabajadores argentinos. Hoy, con el peso a un tercio (0,33 dólares) y los sueldos en dólares teóricamente competitivos, las exportaciones no han crecido significativamente. Peor aún, el mercado interno se redujo debido a los bajos salarios y a falta de inversión.
 
Si Argentina exporta 35.000 millones de dólares este año, equivaldría a 970 dólares por habitante, para un país con un ingreso per cápita de 3.600 dólares anuales. Supuestamente, los bajos sueldos en dólares nos transformarían en los campeones de las exportaciones. Pero veamos la realidad. EEUU con un ingreso per cápita de 37.600 dólares anuales exporta 3.600 dólares por habitante al año. Nueva Zelanda, con un ingreso per cápita de 15.900 dólares exporta 6.329 dólares por habitante. Japón, con un ingreso per cápita de 34.500 dólares anuales, exporta 3.781 dólares por habitante y Suiza, con un ingreso per cápita de 39.900 dólares, exporta 18.737 dólares por habitante.
 
Es decir que con salarios sustancialmente inferiores, Argentina exporta por habitante menos que los países con los salarios más altos. La gran ironía es que más exportan los que tienen salarios más altos y no por casualidad, sino porque tienen una altísima productividad debido a que son economías de capital intensivo, ya que se lograron desarrollar libremente, sin altos impuestos ni regulaciones coactivas que los frenaran. Así producen y exportan bienes con altísimo valor agregado. Cada trabajador estadounidense produce más de 72.000 dólares por año, seguido por los belgas con más de 65.000 dólares.
 
La irresponsabilidad de nuestros gobernantes ha convertido a la Argentina en un caos, donde la confiscación de los depósitos bancarios y la suspensión de pagos terminaron de ahuyentar a los inversores y al crédito. Así, después de 3 años de haber eliminado la convertibilidad, no se han incrementado significativamente las exportaciones industriales, mientras que los salarios se redujeron catastróficamente. El mercado interno quedó muy reducido por la caída del ingreso real de los argentinos que provocó el estallido de la pobreza y la indigencia. Sin acceso al crédito, sin mercado interno y sin confianza en el país, las empresas no valen nada porque, aun con salarios miserables, no son rentables.
 
El salario nominal aumentó 25% desde que se terminó con la convertibilidad, pero debido al aumento de precios, el salario real cayó en 30%. Los más perjudicados han sido los más pobres, ya que la cesta familiar aumentó un 73%. Así hoy el ingreso promedio (familia tipo) es de 551 pesos mensuales, 25% por debajo de la cesta básica y la consecuencia es que 53% de la población es pobre, a pesar del crecimiento del 8,4% del PIB en 2003. Ese aumento del PIB se debe al alto valor de las materias primas que exportamos, pero la distribución del ingreso es cada vez más regresiva: los ricos ganan cada vez más y los pobres menos, aunque la propaganda política anuncia lo contrario.
 
A escasos 20 kilómetros del centro de Buenos Aires, donde los ricos y los amigos del poder siguen comprando apartamentos a 3.000 dólares el metro cuadrado, miles viven hacinados en casuchas de chapa y cartón, donde campea la miseria. El 70% de los nuevos pobres proviene de la clase media, lo que hace aún más traumática la situación.
 
La desigualdad, la pobreza y la desesperanza han contribuido a exacerbar una ola de delitos violentos que no habíamos sufrido antes en la Argentina. Los secuestros ya alcanzaron el nivel de Sao Paulo, Brasil, la capital mundial del secuestro y la extorsión.
 
© AIPE
 
Alejandro A. Tagliavini es miembro del Departamento de Investigaciones de la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (ESEADE) de Buenos Aires.

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