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Pablo Molina

Michael Moore crea escuela en Europa

¿Se puede saber a qué espera la Caffarel para solicitar la participación de RTVE en esta imprescindible corporación mediática?

Michael Moore descubrió una auténtica mina de oro con su hallazgo del «documental de ficción». El extraordinario éxito internacional de sus recientes producciones, prueba que cualquier exceso manipulador no sólo es tolerado, sino celebrado por la mayor parte del público, con la única condición de que la víctima sea una bestia negra señalada por la izquierda intelectual.
 
En Europa, que siempre anda unos pasos por detrás de Norteamérica en materia audiovisual, también hacemos nuestros pinitos en agit-prop postmoderna. Pero el inicio de esta prometedora carrera aconseja la elección de un tema facilito; como el ataque a los judíos, que, como es sabido, garantiza la buena disposición de la progresía y suele asegurar un éxito inmediato. Esta es la conclusión a la que debieron llegar los rectores de la cadena de televisión franco-alemana ‘Arte’, que hace unos días emitió un docudrama titulado "Les portes du soleil". A lo largo de sus cuatro horas y treinta y ocho minutos —la ampulosidad, como la pesadez, es dolencia muy progresista—, el director Yousry Nasraliah se encarga de que la audiencia se entere, si es que a alguien le quedaba alguna duda, de quienes son los culpables en el conflicto de Oriente Medio.
 
Ya en el comienzo de la cinta, el espectador empieza a percibir que se encuentra ante una pieza de elevado progresismo: «La guerra de 1948, cuando Israel apenas sobrevivió al ataque que los estados árabes lanzaron el día de su nacimiento como país, llamando abiertamente al genocidio, es descrita de forma ligeramente diferente. Judíos con uniformes gris verdoso llegaban con tanques y cometían asesinatos masivos de mujeres y niños, incendiaban pueblos y apilaban las ropas por tallas para enviarlas a Israel. El héroe palestino, por su parte, se hace un tatuaje en la muñeca con la fecha de la matanza». Nada que objetar, excepto que en 1948 los judíos, obviamente, no tenían ningún tanque. Ni siquiera vestían uniformes como tales. A lo más que llegaban era a manejar un par de rifles por cabeza. Pero no hagamos cuestión de debate sobre lo que sin duda es una licencia artística y sigamos con el hilo narrativo del melodrama.
 
«En un kibutz, una mujer palestina es reducida a la esclavitud y forzada a trabajar a punta de pistola. El kibutz se convierte así, en un campo de concentración». El kibutz, recordémoslo, es el modelo de aldea cooperativa que trajo el reino de Marx a la tierra a base autoabastecimiento, igualitarismo y colectivismo ideológico. Pues bien, el director del documental, en un ejercicio honestidad intelectual admirable considerando su evidente filiación izquierdista, transforma esta porción del paraíso socialista en un odioso campo de concentración nazi; todo por su afán de exponer adecuadamente la maldad intrínseca del judío, capaz de pervertir en su provecho hasta los símbolo más sublimes del legado marxista.
 
Pero sentadas las bases de la imparcialidad del autor, una emisión de estas características exige, para terminar, una reflexión descarnada del crimen más horrendo de la historia reciente. Naturalmente hablamos de Sabra y Chatila. Aquí el realizador elude entrar en estériles disquisiciones, pues todo el mundo sabe que la culpa de esas matanzas fue de los israelitas, así que el documental «se limita a mostrar a los judíos tomando parte directa en el asesinato de los refugiados en esos campos». Como es bien sabido, los crímenes fueron llevados a cabo por los árabes libaneses en represalia por el asesinato del presidente del país Bashir Gemayel por parte de una facción pro-siria; pero la zona estaba bajo control de Israel y por tanto los judíos andaban por allí; eso es suficiente.
 
Será útil recordar que, a pesar de que las matanzas de cristianos libaneses por sirios y palestinos se venían produciendo desde hacía más de una década, con miles y miles de muertos, sólo los sucesos de Sabra y Chatila hicieron sonar la tronante voz de Europa y la ONU. A estos sucesos se dedicaron películas, libros, manifestaciones y condenas, que llegaron a su apogeo con una canción compuesta al efecto por un talludito Alberto Cortez, del que hasta ese momento se desconocía su faceta de cantante-protesta. Todos acusaron a los judíos del genocidio. Unos años más tarde, milicianos musulmanes atacaron nuevamente el campo de refugiados de (no lo van a creer) ¡Chatila!, asesinando a seiscientas treinta y cinco personas y dejando más de dos mil quinientos heridos según datos de las Naciones Unidas. Nadie se quejó. No se rodó ningún documental. Alberto Cortez no cantó y la ONU no consideró necesario reunirse para emitir una condena. Poco después, las tropas sirias asesinaron en poco más de siete horas a setecientos cristianos más. Los artistas siguieron con su crisis de inspiración y los organismos internacionales continuaron ocupados en asuntos de mayor relevancia; tal vez porque en ninguna de estas masacres se detectó la presencia, ni siquiera lejana, de judío alguno.
 
La producción franco-egipcia que comentamosestá subvencionada, entre otras entidades, por los ministerios de Asuntos Exteriores y Cultura del gobierno francés. La cadena de televisión ‘Arte’, por otro lado, es un consorcio semipúblico franco-alemán. Siendo esto así y puesto que afortunadamentehemos vuelto a Europa¿Se puede saber a qué espera la Caffarel para solicitar la participación de RTVE en esta imprescindible corporación mediática? ¿Cuánto tendremos que esperar los españoles para disfrutar gratuitamente de este necesario medio de adoctrinamiento intelectual?

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