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Palestina después de Arafat

Su nula disposición a asumir riesgos hundió el proceso, llevó a una derrota electoral sin precedentes al Partido Laborista israelí que había confiado en él y abocó a los suyos a una nueva Intifada, que han vuelto a perder en todos los sentidos

La desaparición del Presidente de la Autoridad palestina, Yaser Arafat, es un hecho capital en la reciente historia de la sociedad árabe de la Cisjordania. Su figura está presente en los actos más relevantes para la constitución de un marco político e institucional previo a la creación de un estado propio. Tras los graves errores cometidos por los dirigentes de la II Guerra Mundial e inmediata postguerra, con el Muftí de Jerusalén, Husseini, a la cabeza, Arafat tuvo un papel indiscutible en dotar a este pueblo de una identidad, una estrategia y unos objetivos.
 
Al mismo tiempo, su figura irá unida a los aspectos más negativos de su personalidad. Los organismos multilaterales discuten si la cantidad del dinero robado de la ayuda internacional superó la barrera de los 1000 millones de dólares o no llegó, pero es evidente para todos su condición de político corrupto. Tampoco es fácil negar su pasado terrorista, como auténtico decano del terrorismo árabe. Si Rusia abriera los archivos de la KGB lo allí recogido supondría un terrible escándalo para la causa palestina. Pero aun sin esa documentación, su responsabilidad resulta igualmente innegable. Los errores tácticos y estratégicos de su gestión están a la vista, y tanto judíos como árabes tienen que vivir cada día pagando sus consecuencias. Norteamericanos e israelíes no dudan en culparle por el fracaso del proceso de paz, al no haber tenido el valor moral de guiar a su pueblo a lo largo de un camino que implicaría sacrificios pero que les depararía paz y libertad. Su nula disposición a asumir riesgos hundió el proceso, llevó a una derrota electoral sin precedentes al Partido Laborista israelí que había confiado en él y abocó a los suyos a una nueva Intifada, que han vuelto a perder en todos los sentidos.
 
Su desaparición física elimina un obstáculo para la ejecución del Road Map. Sin él serán posibles los cambios exigidos en la organización de la Administración palestina. Si sus dirigentes son capaces de establecer hasta la convocatoria de elecciones un poder transitorio que ponga fin o reduzca sensiblemente el número de acciones terroristas, será posible retomar el diálogo, creando el ambiente de confianza necesario para avanzar. La decisión unilateral israelí de retirarse de la franja de Gaza puede ahora ser reconducida hacia un acuerdo entre las partes, primer paso de un nuevo capítulo de las relaciones entre ambos pueblos.
 
Si en el corto plazo la perspectivas son positivas, en el medio y largo resultan más inciertas. Un directorio formado por veteranos de Túnez es una necesidad para garantizar la transición hacia otro estadio, pero sólo eso. Es fundamental que se convoquen elecciones generales y que una nueva generación de dirigentes asuma las máximas competencias. El mapa político es lo suficientemente complejo como para no permitir ser optimista sobre la posibilidad de que un político de cuarenta años gane las elecciones y pueda ejercer su autoridad sobre el conjunto de su pueblo. Para avanzar en el proceso de paz hará falta tanto voluntad como autoridad y la una sin la otra resultará estéril. La primera depende de la persona, la segunda de la colectividad. Los candidatos obvios para Occidente no tienen, hoy por hoy, fácil el terreno. Dahlan está bajo sospecha por gozar de las simpatías de Israel, Europa y Estados Unidos. Barguti se encuentra en una cárcel israelí condenado por terrorista. Ambos tendrán que granjearse el apoyo de varios grupos para disponer de una mayoría en el Parlamento.
 
La corrupción y el fracaso de la estrategia seguida por Arafat han alimentado el crecimiento de Hamas, la formación islamista fundada por el jeque Yassin, versión palestina de los Hermanos Musulmanes. Hamás representa un mundo cultural y político alternativo a la Organización para la Liberación de Palestina. Más aun, incompatible. Hamás no acepta la existencia del estado de Israel, por lo que no está dispuesta a entrar en la lógica de un proceso de paz. Esa posición no impide que en el futuro adopten otra más pragmática, pero no se vislumbra una rectificación en los próximos años. Con el apoyo decidido y constante de Irán y Siria, los islamistas palestinos reciben de Hezbolá adiestramiento, dinero y material bélico. La incorporación de los cohetes al-Qassam al polvorín de Hamás es un ejemplo de esta relación. Un triunfo electoral de Hamás o la captura de un elevado número de actas les convertiría en un actor determinante del proceso político, limitando el margen de acción de los nuevos dirigentes procedentes de Al Fatah. En Palestina, como en el resto del mundo árabe, el islamismo ha pasado de ser un resto del pasado a convertirse en un protagonista relevante y, posiblemente, decisorio.
 
El creciente papel de Irán y Siria en la política palestina, boicoteando el proceso de paz y potenciando a los sectores más radicales, transforma la naturaleza del conflicto haciéndolo más internacional. A nadie se le oculta que una de las razones que han llevado a los ayatolás más conservadores a desarrollar un programa nuclear es precisamente garantizarse la posibilidad de continuar interviniendo en los asuntos israelo-palestinos. Con capacidad nuclear quieren disuadir a Israel y Estados Unidos de la ejecución de acciones de castigo. Sin embargo, la misma lógica lleva a ambas naciones a realizar "acciones de anticipación", de las que podremos ser testigos en un tiempo breve.
 
Otro aspecto de la internacionalización del conflicto es la posible presencia de Al Qaeda en Cisjordania. Esta organización fue la responsable del reciente atentado terrorista contra instalaciones turísticas egipcias situadas en el Golfo de Áqaba, muy frecuentadas por ciudadanos israelíes. Durante años el problema palestino despertó limitado interés entre los dirigentes de esta red terrorista, pero en los últimos años ha estado muy presente en su retórica oficial, a la vista de los sentimientos que despierta en el mundo musulmán. Los lazos de Hamás con Al Qaeda son tan antiguos como previsibles. El equivalente a Yassin en Transjordania, el jeque Abdullah Azzam, un jordano palestino que encabezó a los Hermanos Musulmanes en esta monarquía moderada, fue el fundador de Al Qaeda tras emigrar a Afganistán. La base doctrinal de ambas organizaciones es la misma, aunque en el corto plazo sus objetivos difieren. Mientras Hamás se encuentra volcada al problema nacional, Al Qaeda se orienta a la lucha global. Los dirigentes de Hamás no han ocultado sus simpatías por la organización que hoy dirige Osama ben Laden y son conocidas sus relaciones. Hasta la fecha no podemos hablar de un vínculo operativo estable entre ambas, pero no nos sorprendería que en un breve lapso de tiempo se desvelara. Lo ocurrido en Áqaba podría ser un primer paso.
 
Las dificultades están a la vista: problemas para establecer un nuevo liderazgo en el ámbito de Al Fatah; erradicación de las organizaciones terroristas; creciente papel de los islamistas; influencia negativa de Irán y Siria y, por último, posible presencia de Al Qaeda. Un cóctel de difícil ingestión para una región cansada de tanta violencia.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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