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José María Marco

Ocho meses de resistencia

La liberación de Faluya está permitiendo comprobar en vivo lo que han sido esos ocho meses en una ciudad tomada por los terroristas de Al Zarqaui y sus compañeros

Buena parte de los medios de comunicación occidentales anda estudiando las responsabilidades del joven marine que mató a un herido en una mezquita durante la toma de Faluya. También lo están estudiando los investigadores encargados del caso. Ellos decidirán si el marine actuó en defensa propia o sobrepasó los límites de lo que está permitido en combate. Las reglas son estrictas y sutiles, y aunque en mi opinión y a falta de pruebas posteriores, la actuación del marine está moralmente justificada, habrá que esperar a ver cómo se resuelve el caso.
 
Sea lo que sea, el intento de hacer del asunto un nuevo escándalo de Abu Ghraib apoyado por la dureza del vídeo en el que se recogen las imágenes es, como mínimo, dudoso. Puestos a pedir responsabilidades, no estaría de más pedírselas a quienes se alegraron de que las tropas de la coalición no entraran en Faluya hace ocho meses.
 
La liberación de Faluya está permitiendo comprobar en vivo lo que han sido esos ocho meses en una ciudad tomada por los terroristas de Al Zarqaui y sus compañeros. Los horrores que ya se habían descubierto en la mezquita de Nayaf tomada por los también "insurgentes" de Al Sadr en agosto se han quedado cortos. The Times online ha desvelado algo más de las atrocidades reveladas por otros medios de comunicación. Las cámaras de tortura, el terror impuesto a la población, la prohibición de cualquier música, la obligación para las mujeres de ir cubiertas de arriba abajo, el asesinato como castigo banal y sistemático, la brutalidad arbitraria como forma de imponerse a la población… En la mezquita de Nayaf se impuso la justicia islámica impartida por unos terroristas. Ahora iremos descubriendo en función de qué normas se han llegado a justificar estos actos de barbarie en una ciudad convertida en un campo de concentración islamista.
 
Los pocos civiles que quedaban todavía en Faluya, escondidos y aterrorizados, han recibido a las ropas americano-iraquíes con alivio y con tristeza. Se tardará en hacer el recuento de las atrocidades, y tal vez a quien se atreva a hacerlo le espere la suerte de Theo Van Gogh. Puede que hubiera buenas razones técnicas y políticas para no entrar en Faluya el pasado mes de abril. Las elecciones presidenciales norteamericanas retrasaron aún más la liberación de la ciudad.
 
El caso es que ahora decenas de miles de personas siguen aterrorizadas por lo que han vivido, no sé sabe cuántos han sido asesinados y de ellos tampoco se sabe todavía cuántos habrán sido torturados. Ocho meses de grandes hazañas de la resistencia iraquí, aplaudida y jaleada por los progresistas occidentales. Queda en pie la pregunta de si se podrían haber evitado, por qué no se entró en Faluya antes y qué responsabilidad les cabe en estos hechos a quienes, teniendo la misión de informar de lo que está ocurriendo, presentan una visión sesgada de los hechos.
 
Hace unos años yo me preguntaba cómo era posible que los alemanes hubieran votado a Hitler, y cómo un pueblo entero pudo aceptar, conociéndola, la existencia de campos de concentración. Ahora ya conozco la respuesta.
 
Ni qué decir tiene que seguiremos hablando del joven marine actualmente sometido a examen.

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