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Juan Carlos Girauta

¿Por dónde quieren cortar?

¿por dónde quiere cortar exactamente la libertad de prensa, por la investigación o por la opinión?

Esos que ahora se ponen tan solemnes, la pluma urgente, el verbo hinchado, haciendo ver que defienden a la Guardia Civil de injustas agresiones porque unos pocos medios, generalmente el suyo, denuncian incomprensibles conductas, dolosas o culposas, de algunos mandos, ¿creen de verdad que contribuyen a salvaguardar el prestigio de la Benemérita? Nada dañaría más al cuerpo y a su imagen pública que lo que nos proponen implícitamente: si alguien lleva tricornio, cuidado con hurgar en su conducta, en hacerle ciertas preguntas, en aplicarle la lógica forense. Nada agraviaría más a la inmensa mayoría de guardias civiles si se imponen este error y esta injusticia.
 
¿Por dónde quiere cortar Isabel San Sebastián cuando advierte en El Mundo de no sé qué peligros para el sistema democrático si avanza en "la derecha sociológica una teoría de la conspiración que quiere ver fantasmas ominosos tras la autoría intelectual de la masacre"? Deja caer la periodista que quien emprende el camino es "un comentarista radiofónico más o menos radical" y que lo grave sería que se sumara "un portavoz autorizado del Partido Popular o, no digamos, el ex presidente del gobierno José María Aznar, en su próxima comparecencia ante los comisionados". Entérese pues Aznar de lo que hay: una sola hipótesis correcta por principio, la misma de siempre, la que no necesitaba comisiones parlamentarias, la que no debería ser alterada por las sombras que arrojan las investigaciones del diario de doña Isabel.
 
"El honor de la Guardia Civil y de las fuerzas que articulan nuestra democracia debe quedar a salvo", remata. ¿Debe? Pues bien, repito, ¿por dónde quiere cortar exactamente la libertad de prensa, por la investigación o por la opinión? Si un general se calla lo que conoce mientras comparte célula de crisis con la policía, si algunos ya sabían dónde estaba la casa maldita mientras sus compañeros de la policía investigaban día y noche para averiguarlo, si otros nunca ignoraron quién traficaba con la dinamita, quién quería unas bombas accionadas con móviles, quién se marchaba a Marruecos a prepararlo todo, si se delataba a los confidentes más valiosos poniendo su vida en peligro... ¿es mejor que España no lo sepa?
 
Nadie, claro está, se atreverá a afirmar tal cosa, pero sí se pondrán las convenientes zancadillas a los pocos que efectivamente investigan y, por supuesto, al único partido que desea avanzar y descubrir sin cortapisas, a riesgo de aparecer como un grupo de incompetentes que de nada se enteraron, y a riesgo de salpicar a su líder actual, que fue ministro del Interior. Reconózcase al menos la grandeza de esta muestra de respeto absoluto a la verdad y al estado de derecho.

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