Anoche el estadio Santiago Bernabéu se echó encima del gato que está triste y azul. No tuvo otra ocurrencia el bueno de Mariano García Remón que llamar al "indiecito" Solari con el ánimo claro de sustituirle por otro compañero cuando sólo quedaban treinta segundos de partido. ¿A quién quería cambiar?
¿Quién era el elegido?... Mariano se niega a facilitarnos el nombre del futbolista que, según él, sufría un tirón. ¿Por qué?... Muy sencillo: porque no era cierto, no había nadie que sufriera un tirón. El entrenador del Real Madrid sufrió un espejismo, le dio un vahído, se le fue la "olla" que diría un moderno. E incluso en el hipotético caso de que eso fuera cierto, ¿qué pensaba que podría solucionar a falta de medio minuto? Salvo que el cojo saliera milagrosamente del campo a la velocidad del mismísimo Ben Johnson, cuando el sano estuviera sobre el césped ya habrían pasado los treinta segundos y al luxemburgués Hamer no le quedaría otro remedio que pitar el final del partido. Al gato se le fue el santo al cielo y el estadio Santiago Bernabéu –que si hay algo que no traga es precisamente la cobardía– se le echó literalmente encima.
La prueba del algodón de que ese estadio sólo quiere valientes es que, muchos años después de su muerte, en el minuto siete de partido aún se continúa recordando a don Juan Gómez, el añorado e inolvidable Juanito. Sólo se me ocurre decir lo siguiente: "Miau, miau, maúlla mi gato; miau, miau, muy enfadado, porque quiere que le compre, un lacito colorado, y yo no se lo he comprado". Ni se lo compraré, oiga, ni se lo compraré. Que maúlle el gato todo lo que quiera.