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EDITORIAL

Infamia en La Habana: segundo acto

Miguel Ángel Moratinos, desacreditado, cuestionado y con el sentido común seriamente trastornado, necesita con urgencia una botella de oxígeno que bien podría venir embalada desde La Habana

El mismo día que el Wall Street Journal dedicaba un antológico editorial a las andanzas internacionales del Gobierno Zapatero, nuestro Ministerio de Exteriores ha vuelto a darnos una desagradable sorpresa. El embajador español en La Habana, Carlos Alonso Zaldívar, sostuvo ayer una reunión con el canciller cubano, Felipe Pérez Roque, de la que ha emanado el restablecimiento del “contacto oficial” entre la Cuba de Castro y España. Detrás del ampuloso comunicado emitido por Pérez Roque no se esconde, como muchos han supuesto, la normalización diplomática entre España y su antigua colonia. Nada de eso. Entre Madrid y La Habana no existía más contencioso que el que la dictadura había creado hace año y medio con motivo de la oleada represiva de la primavera de 2003.
 
Entonces, y en concierto con el resto de naciones de la Unión Europea, España tomó la determinación de endurecer su política cubana. La reacción de Fidel Castro -a través de Pérez Roque, su grabadora particular para estos asuntos - fue congelar literalmente las relaciones bilaterales entre Cuba y toda la Unión Europea. Los embajadores europeos destacados en La Habana dejaron de ser recibidos y éstos, en contrapartida, empezaron a abrir sus legaciones a los disidentes con motivo de las fiestas nacionales de cada país. Una política de gestos que, si bien no ha conseguido derribar a la dictadura, si marcaba una tendencia de firmeza frente a la tiranía de Castro, que se alarga ya por casi medio siglo.
 
Fidel Castro sabe perfectamente que el peor de sus enemigos es el que se opone resueltamente a él, el que se niega a escuchar su sarta de mentiras, el que hace oídos sordos a su lenguaje de matón de barrio. La postura común europea era un rayo de esperanza para los cubanos de dentro y de fuera que luchan con denuedo por poner fin a la pesadilla. Sin embargo, tan encomiable acuerdo se ha frustrado. Saltándose a la torera el multilateralismo del que tanto le gusta hacer gala, Zapatero ha roto lo que costó años conseguir. Con razón los diplomáticos europeos han mostrado tanta sorpresa por el sartenazo cubano de Madrid. Nadie lo esperaba, ni siquiera Castro que, hasta hace no muchos meses, se relamía dolorido por el cada vez más absoluto aislamiento internacional al que le ha conducido su delirio.
 
Con motivo de las celebraciones de la Hispanidad asistimos al primer acto de esta gran farsa. En la embajada española se consumó la infamia en un triste sainete donde los protagonistas fueron los disidentes que acudieron a nuestra legación en la Isla cargados de buena voluntad. Ayer, mes y medio después, tuvo lugar la segunda entrega. La tercera quizá no se haga esperar demasiado. Miguel Ángel Moratinos, desacreditado, cuestionado y con el sentido común seriamente trastornado, necesita con urgencia una botella de oxígeno que bien podría venir embalada desde La Habana. Castro conoce que el talón de Aquiles de las democracias occidentales es la opinión pública. Un simple golpe de efecto, certero y directo sobre la conciencia aletargada de parte de nuestra sociedad puede obrar maravillas. Su mercancía, lo único de lo que dispone aparte del consabido arsenal de tópicos propagandísticos, es su propia gente. Si, con la connivencia y colaboración del ministerio de Exteriores español, maneja bien la mercadería humana que tiene alojada a la fuerza en sus cárceles, podría ganar un punto a su favor y otro al del Gobierno socialista.
 
El tirano no tiene más que soltar a uno, quizá dos, acaso tres presos de conciencia para mostrarse ante Europa como un magnánimo y entrañable revolucionario que está limando sus defectos de juventud. Caer en semejante engaño sería un inmenso error, porque suavizar las penas o liberar presos no significa gran cosa. Raúl Rivero y todos y cada uno de los cubanos libres que le acompañan en el presidio son inocentes. Fueron encerrados tras juicios-farsa con ninguna garantía jurídica, por lo que su liberación no sería en modo alguno una graciosa concesión del Comandante. Es posible que Moratinos quiera apuntarse el tanto, pues el oportunismo de este prohombre del socialismo español parece no conocer límite, sin embargo, no debemos olvidar que liberar a un inocente es hacer justicia, encarcelarlo a sabiendas de que lo es constituye un crimen.   

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