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Cristina Losada

Hacer el ridículo

Pero los partidos políticos españoles habrán de responder un día por lo que hicieron respecto al 11-M. Han hurtado a la Comisión del ojo público, impidiendo que la retransmitiera una cadena de televisión pública, que ya es hurtar

De uno y otro hemisferio, de amigos y enemigos, le llega al PP el consejo de que deje de dar la tabarra con el 11-M. Ay, esa Comisión parlamentaria, cuánto mejor estaría enterrada bajo la montaña de papel de unas conclusiones pactadas, insinúan esas voces melifluas o no, que también las hay broncas, enronquecidas por el humo de los fuegos que deben apagar. O por la envidia, ese pasto amargo, que decía Unamuno. Pues del papel viven algunos hombres y unos están vendiendo más que otros, y eso duele. Y al final, las batallas políticas y las mediáticas forman un totum revolutum.
 
Se dice que el PP sólo quiere que se investigue para ver si aparece una huella de la pezuña de ETA en la masacre de Madrid. Y no por amor a la verdad, que eso no se lo conceden los de ese hemisferio, sino por sacarse la espina de la mentira que le clavaron en los tres días de marzo. Para regalarse con una vindicación post mortem electoral. Y le aconsejan que deje de ir por ahí, que está haciendo el ridículo. Eso, los que ya parecen estar seguros de que por ese hilo no se llega a ninguna madriguera etarra. Una seguridad que más que tranquilizar, inquieta. ¿Cómo saben tanto?
 
¿Será de nacimiento? Ya que Bush nos acaba de llamar "gran país" por la ventanilla de su ranchera, desencadenando aquí oleadas de placer largamente reprimido –¿cómo serían si se hubiera bajado del coche para decirlo?–, comparemos. De los atentados del 11-S aún no se conocen todos los detalles, pese a haberse detenido al "cerebro" de la trama. Lo acaba de decir Paul Wolfowitz. Han pasado más de tres años de aquello. En cambio, el presidente Rodríguez lo ha tenido todo claro a los pocos meses del atentado y de arribar a La Moncloa. Hay claridades muy reveladoras.
 
La suya revela, como mínimo, que investigar el 11-M no forma parte de sus prioridades. Hubiera cerrado la Comisión hace tiempo. Salvo para darle a Chávez la ocasión de montar el numerito populista, un atentado que afectó a miles de personas no figura en la escenografía ni el discurso del gobierno. Tampoco preocupa a la gente, según los barómetros del CIS. Si en EEUU, el 11-S marcó un antes y un después, aquí el 11-M va apagándose de la memoria, borrándose como una foto vieja. Es como si nunca hubiera ocurrido. O como si todos supiéramos que nada igual volverá a ocurrir.
 
Pero los partidos políticos españoles habrán de responder un día por lo que hicieron respecto al 11-M. Han hurtado a la Comisión del ojo público, impidiendo que la retransmitiera una cadena de televisión pública, que ya es hurtar. No obstante, se mira de reojo. Se sabe que unos piden comparecencias y otros las vetan, que unos quieren saber y otros ya no. Se sabe que unos medios de comunicación están tirando de la manta y que otros arropan a los descubiertos o cuentan las batallitas de Al Qaeda, esa organización de la que, asombrosamente, tanta gente sabe tanto. Además de Garzón. Qué razones tenga cada uno para seguir uno u otro rumbo, tanto da, a la postre. Mucho más grave que hacer el ridículo es obstruir el camino hacia la verdad.

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