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EDITORIAL

La Constitución y los socios independentistas de ZP

No le vamos a negar a Maragall su capacidad para usar fórmulas conciliadoras que en realidad abogan por un proyecto de ruptura de nuestra convivencia jurídica y política

Lo vimos con la celebración del Día de la Fiesta Nacional y lo vamos a volver a padecer con la celebración del Día de la Constitución: El principal obstáculo para que los ciudadanos podamos conmemorar con normalidad efemérides que deberían ser ocasión de satisfacción y unión de todos los españoles, lo constituye precisamente la formación que ZP ha escogido como socio de Gobierno. Los independentistas catalanes ya se han movilizado para reventar la conmemoración de nuestra Carta Magna, y hasta el presidente socialista de la Generalitat ha decidido, por su parte, dedicar tan señalado día a la reforma del Estatuto catalán que de forma frontal trata de derribar los pilares en los que se sustenta la Ley de Leyes de nuestra Democracia.
 
Parecería que a los españoles sólo les estuviera permitido dar rienda suelta a un sentimiento nacional en las conmemoraciones deportivas, tal y como la que, por cierto, nos ha proporcionado, la magnifica victoria de la selección española en la Copa Davis. Pero incluso hasta en el terreno deportivo, los socios de ZP y de Maragall tratan de aguarnos la fiesta con su pretensión de tener selecciones propias o con su anunciado boicot a la celebración de los Juegos Olímpicos en Madrid.
 
Formaciones radicales y antisistema, con mayor o menor respaldo popular, siempre han existido en Europa. Sin embargo, hasta la llegada de ZP al Gobierno tres días después del 11-M, a ningún Ejecutivo europeo se le había ocurrido llegar a pactos de gobierno con formaciones ultranacionalistas que, como Esquerra Republicana, y al margen de su trasnochado socialismo, abogan abiertamente por la ruptura y escisión del marco jurídico y nacional vigentes.
 
En lugar de unirse al resto de las instituciones en la conmemoración del Día de la Constitución, Maragall ha hecho una declaración institucional en la que trata de colar su proyecto rupturista con nuestra Carta Magna —no otra cosa es negar la soberanía nacional al pueblo español o proclamar a Cataluña como nación—, edulcorándolo, eso sí, con formas y expresiones que no debería engañar a nadie: Su reivindicación a los “pueblos de España” no es otra cosa que una forma amable de tratar de fragmentar la soberanía nacional. Otro tanto podríamos decir de su invocación a España como “nación de naciones”.
 
Si con esta invocación se trata de igualar las partes al todo, no menos afrenta a la lógica, no ya jurídica, sino elemental, comete el presidente catalán cuando dice que, “con el presidente Zapatero, compartimos la convicción de que ha sido justamente el éxito de la Constitución el que ha abierto la posibilidad de la reforma”. Ya ven. Apelar al “éxito” de algo como razón para cambiarlo es lo último que nos faltaba por oír de quien, por otra parte, se niega a celebrar el “éxito” constitucional junto al resto de los españoles.
 
La distinción entre regiones y nacionalidades a la que también ha hecho referencia Maragall, ciertamente, fue una concesión nominal a los nacionalistas, pero que, junto al sistema electoral, se concedió a cambio de su fidelidad a un proyecto común que proclamaba a la “nación española” como su “fundamento” y como “patria común e indivisible de todos los españoles”. El descarado incumplimiento de los nacionalistas a ese pacto debería traducirse, en todo caso, en un cuestionamiento de esas concesiones, no en llevar a cabo otras nuevas que ya abiertamente derribarían todo el edificio constitucional.
 
Algo que no le vamos a negar a Maragall es su capacidad para usar fórmulas conciliadoras que en realidad abogan por un proyecto de división y de ruptura de nuestra convivencia jurídica y política. A eso, sin embargo, se le llama desfachatez y voluntad de engaño, por mucho que Maragall nos diga que "Cataluña no hace trampas”, que “España puede confiar en Cataluña, porque Cataluña juega y jugará limpio. España saldrá ganando”.
 
Debería bastar esta referencia personal a “Cataluña” por parte de sus gobernantes para saber que son ellos —y no Cataluña— los que pretenden “hacer trampas”. Desde luego, que los principales socios de gobierno de ZP y Maragall se refieran a la bandera de España como la “bandera del enemigo”, que estén dispuestos a boicotear la candidatura de Madrid a los juegos Olímpicos, o que pidan a ETA que cuando atente contra España lo haga “mirando el mapa”, no son razones, precisamente, para esperar beneficio alguno ni para Cataluña ni para el resto de España.

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