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Fernando R. Genovés

Víctimas en juego

La acción de manipular la memoria de las víctimas y sus familiares es una de las más lamentables, y literalmente lúgubres, que pueda concebirse

La comparecencia por propia voluntad del ex presidente del Gobierno José María Aznar en la Comisión de Investigación del 11-M pasará, sin duda, a los anales del parlamentarismo español por muchos motivos que habrá tiempo de analizar en lo sucesivo. De manera más inmediata, su repercusión sobre la marcha de la Comisión ya ha sido decisiva por la acción tonificante y revitalizadora que ha tenido en ella. Pero allí acontecieron también otros sucesos menos loables. De tener que seleccionar dos momentos ingratos de la pasada cita parlamentaria de Aznar optaría por estos dos: uno, dentro de la sala; el otro, fuera, en la calle.
 
La pobreza, por no decir la miseria dialéctica, política y moral, evidenciada por la actuación del grupo que representa al actual Gobierno, junto a las de sus variopintos socios, sólo ellos la niegan. De entre estos portavoces, el que, a mi juicio, se ganó el trofeo a la infamia fue Emilio Olabarría, portavoz del PNV, partido que comanda en tripartito la maltratada comunidad vasca. Se atrevió a mentar la soga en casa del ahorcado, a reprochar a Aznar su condición de víctima del terrorismo, intentando deslegitimarle, como persona y político, por ser objetivo de ETA, procurando eliminar civil y políticamente a quien los dinamiteros no lograron asesinar. Precisamente a Aznar, quien por dignidad y decencia nunca ha querido aprovecharse de semejante circunstancia trágica; y no casualmente por parte de Olabarría, representante de aquellos que en el País Vasco insultan sistemáticamente a las víctimas del terrorismo, juegan al victimismo y se aprovechan de que unos vigilan el camino mientras otros cobran la recompensa. Olabarría alega que Aznar, por haber sido víctima, no era sujeto "idóneo o apto" para combatir el fenómeno terrorista. Se nota que ahí les duele. Aznar, claro, no contestó directamente a tamaña ignominia. Pidió que constara en acta parlamentaria lo allí dicho y que el mensajero del miedo volviera a repetirse para sí mismo lo que acababa de proferir.
 
Mientras esto sucedía en el interior del Parlamento, grupos de manifestantes arropaban la estocada de Olabarría y compañía con otra clase de ofensas contra el ex presidente del Gobierno. Las manos en rojo y el rostro crispado por el odio, sin signos de piedad y solidaridad para con las verdaderas víctimas; las grandes bocas exclamando "Aznar responsable", "Aznar asesino". Vuelven a la carga. ¿Quiénes son o dicen ser? Algunos, familiares de las víctimas del 11-M, jugando con las palabras y el honor de otras víctimas. He aquí un espectáculo especialmente bochornoso, que altera el menor sentido del recogimiento, la compostura y el pudor inherentes al duelo. He aquí una danza de la muerte, un juego macabro, que está convirtiéndose en sección autónoma de los grupos de choque y manifestaciones diversas contra los de siempre. Lo hemos visto a raíz del accidente del Yak-42; del asesinato de agentes de inteligencia y de (determinados) reporteros en Irak; también a cuenta del Prestige, así como de otros desastres de las guerras militares y civiles, pasadas y presentes.
 
Hace meses, en aquellas deplorables jornadas de acoso contra el Gobierno de Aznar, que culminaron el 11-M, hablábamos aquí de la peligrosa tendencia de batasunización que estaba infectando a la nación entera. Desgraciadamente esta perversión de las conductas ciudadanas y de la vida pública no ha finalizado: ahora que Batasuna está ilegalizada, pero pronta acaso también su exhumación. En efecto, en el País Vasco y en otros lugares de España, percibimos más síntomas de ósmosis, un serio contagio de autodenominados movimientos y acciones de apoyo a los presos, de familiares dolidos y resentidos (de un lado, pero no del otro), de una revuelta de deudos y damnificados en lucha altamente politizados (contra unos, no contra otros), que ofrece un escenario tan impúdico como francamente deshonroso. Comprendo que los políticos afectados se muestren especialmente cautos y reservados a la hora de opinar sobre materia tan sensible, y muy formales con respecto a estos colectivos. Pero, alguien tiene que hacer constar la profunda injusticia y la sordidez que supone el que unas víctimas conviertan a otras víctimas en verdugos, y que en su lamentación y aflicción, a sus sentimientos desgarrados, se le unan razones oscuras y actos indecorosos. Estas luctuosas ceremonias están siendo ya insoportablemente ostensibles y recurrentes. No sólo en España. La huella, por ejemplo, de las gestas de la señora Hebe de Bonafini y de la Asociación de Madres de Mayo ya son difíciles de borrar.
 
La acción de manipular la memoria de las víctimas y sus familiares es una de las más lamentables, y literalmente lúgubres, que pueda concebirse; otra, no menos penosa, es la de dejarse manipular. En sus declaraciones, comparecencias y actitudes públicas es preciso que quienes encarnar la memoria de las víctimas de la vesania, de la hybris, se conduzcan con mesura, manteniéndose en todo momento en un papel discreto y contenido.
 
La próxima semana, la Comisión de Investigación del 11-M ha citado a comparecer a la Asociación (o Asociaciones) de víctimas del 11-M, y ya estamos escuchando y leyendo declaraciones destempladas, o cuando menos, imprudentes, por parte de portavoces de víctimas que adquirieron un dudoso protagonismo cuando la comparecencia de Aznar, precisamente en ésa y en ninguna otra. Otra imagen difícil de borrar. Como, por su parte, han hecho constar antiguos maestros de la filosofía moral, el respeto no se exige, sino que viene por añadidura junto al reconocimiento y el merecimiento.

En España

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