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Francisco Cabrillo

El segundo nombre de Edgeworth

"¿Cuál ha sido la principal contribución española a la teoría económica?", se preguntaba con aires de profunda seriedad académica. "El segundo nombre de Edgeworth"

Cuando hace ya bastantes años estudiaba yo teoría económica en Los Angeles, analizamos en clase unos de los instrumentos básicos del moderno análisis microeconómico: la denominada "caja de Edgeworth". Se trata de un modelo matemático que permite representar de una forma bastante clara los principios básicos del intercambio entre dos agentes económicos. Y se le dio este nombre por el economista británico que ocupó entre 1891 y 1922 la cátedra de economía de la universidad de Oxford, y desarrolló una obra analítica de gran nivel que ha sido uno de los fundamentos del desarrollo de la economía matemática a lo largo del siglo XX. Pues bien, en un momento dado, el profesor hizo algún comentario sobre la figura de este economista y nos dijo que una de las cosas más curiosas del personaje era su segundo nombre: Ysidro (escrito así, con Y). Al hombre parece que le hacía mucha gracia que nuestro catedrático se llamara nada más y nada menos que Francis Ysidro Edgeworth y nos decía que estaba seguro de que nunca habríamos escuchado un nombre así. Como no me pareció adecuado en aquel momento demostrar mis conocimientos sobre San Isidro ni sobre su feria taurina, es probable que mi antiguo profesor nunca haya llegado a enterarse del significado del nombre que tanto llamaba su atención, cuyo origen español es evidente. Pero, con el paso del tiempo, el segundo nombre de Edgeworth llegaría a representar algo más –y no especialmente positivo– entre los economistas de nuestro país.
 
El catedrático de Oxford pertenecía a una familia muy relevante en el mundo de la cultura inglesa, y entre sus parientes se encontraba la famosa novelista María Edgeworth. Su padre Francis Beaufort conoció en Londres en 1831 a una chica catalana de sólo dieseis años, Rosa Florentina Eroles, hija de uno de los exiliados españoles que abundaban por entonces en la capital británica. Al cabo de tres semanas se casó con ella y Francis Ysidro fue el último de sus cinco hijos.
 
Hombre de conocimientos muy amplios, que iban desde la cultura clásica a las matemáticas, nuestro economista fue un prototipo del hombre dedicado a la ciencia para quien las cosas que ocurrían a su alrededor tenían muy poca importancia. Nunca se casó, aunque pretendió a algunas mujeres, entre ellas a la escritora Beatrice Potter, a quien parece que le gustaban bastante los caballeros y que llegó a escribir en su diario que las relaciones con hombres "estimulaban y excitaban lo más bajo de su naturaleza". Pero Beatrice dejaría de lado a Edgeworth para casarse con Sidney Webb. Nuestro economista prosiguió así su vida aparentemente rutinaria, pero llena de anécdotas, que iban desde su extraña afición a intercalar palabras griegas en sus frases hasta olvidar la hora en la que salía el transatlántico en el que tenía que embarcar en nueva York para volver a Inglaterra. Parece que sus clases eran bastante especiales. Roy Harrod describía así su curiosa forma de explicar algo tan básico como el equilibrio entre la oferta y la demanda: "Cuando, al cabo de muchas horas hacía que, por fin, la curva de oferta cortara a la de demanda, era evidente que se había alcanzado el gran momento. Agitaba su barba y decía cosas imposibles de escuchar. Parecía estar en éxtasis." Alfred Marshall, haciendo referencia a su peculiar carácter y a su doble origen británico y español solía decir. "Francis es un tipo encantador, pero hay que tener cuidado con Ysidro"
 
Este es el Edgeworth conocido en el mundo de la ciencia económica. Pero en nuestro país su nombre sirvió en su día para reflejar lo poco que los españoles habían aportado hasta entonces a la economía. "¿Cuál ha sido la principal contribución española a la teoría económica?", se preguntaba con aires de profunda seriedad académica. "El segundo nombre de Edgeworth", se contestaba en el mismo tono. Menos mal que desde entonces las cosas han mejorado bastante.

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