Una detrás de la otra. La política exterior del Gobierno va de mal en peor. Al principio pensábamos que Zapatero se movía en el exterior exclusivamente con una obsesión antiamericana. Eso es cierto y eso perdura en el tiempo. Pero es que además a esa obsesión hay que añadir torpeza, errores a raudales y poco espíritu de trabajo.
La última entrega ha sido la suspensión pocas horas antes de su comienzo de la cumbre hispano-polaca. El motivo aducido desde La Moncloa era el cansancio del presidente después de la comparecencia ante la Comisión de investigación del 11-M. Lo siento mucho señor presidente pero eso no es razón. Un presidente del Gobierno tiene derecho a estar cansado –faltaría más– pero nunca debe afectar ese cansancio al trabajo. Y una comparecencia de catorce horas en el Congreso no es motivo para cambiar la agenda. Una pregunta: ¿Suspenderá Zapatero su participación en la campaña electoral de las próximas generales por cansancio? Supongo que no, por la cuenta que le trae. Pues con más razón no se puede suspender la agenda oficial así como así.
Parece que Rodríguez Zapatero no termina de darse cuenta que su función en Moncloa tiene una dimensión pública y de servicio a toda la sociedad. Esto no es como cuando ocupaba en Ferraz el despacho de secretario general y podía anular actos políticos o mítines de su partido, incluso viajes a Iberoamérica. Ahora las cosas son diferentes. Y Zapatero no puede seguir cambiando la agenda oficial en el exterior. No está en juego sólo su imagen, está en juego la imagen de España.
La anulación del viaje de Varsovia no ha sido una excepción. Antes se han vivido más suspensiones, plantones o espantadas. Estambul, Budapest, Formentor o Moscú son algunos ejemplos recientes, sin contar la multitud de cambios de última hora en la agenda nacional. Esto ya no es cuestión de talante ni de estrategias, es una cuestión de trabajo. A la política hay que dedicar muchas horas, eso sí, siempre que se entienda la política como un servicio a los demás. Y cuanto más arriba, más horas.