Menú
José García Domínguez

La muy honorable caverna

La intimidación contra la infancia llega a continuación: anuncia que su cédula secesionista de trescientos artículos pergeñada al alimón con Carod Rovira, debería "ser algo que los niños se supieran de memoria y cantaran en las escuelas"

Catorce de agosto de 1931. El coronel del Ejército español don Francesc Macià i Llussà, a la sazón presidente de la reinstaurada Generalitat de Cataluña, acude a Madrid a entregar en las Cortes el anteproyecto del Estatuto de Cataluña. Josep Pla, que cubre la noticia para un diario barcelonés, describe así el espíritu de concordia, tan alejado de la secular hosquedad mesetaria, que anima a los comisionados de la Esquerra:
 
"Mi amigo Alavedra, que ha venido con el señor Macià, me dice mientras tomamos una cerveza en una terraza de la calle de Alcalá:
- Antes de salir de Barcelona, fuimos a tirar al blanco. Nadie sabía lo que iba a pasar. ¡Toque! –dice Alavedra, secretario del Presidente–. Llevo una pistola de dos palmos…"
 
Dieciocho de diciembre de 2004. Pasqual Maragall i Mira, a la sazón orgulloso legatario de la memoria histórica de los fundadores de ERC, viaja a la Capital con el fin de abrir cauces de entendimiento sobre el nuevo Estatuto. Y para que el auditorio que lo acoge comprenda la seriedad del propósito, éstas son sus primeras palabras: "Nunca cerraremos el modelo de Estado". La intimidación contra la infancia llega a continuación: anuncia que su cédula secesionista de trescientos artículos pergeñada al alimón con Carod Rovira, debería "ser algo que los niños se supieran de memoria y cantaran en las escuelas". Igual que la mirada, el tono de voz es grave; aunque, en apariencia, ha acudido desarmado.
 
Mil novecientos treinta y uno, agosto. El maestro Pla, como siempre tras la mesa de un bar, retrata para sus lectores el viejo espejo en el que ahora se mira Maragall. Con su letra minúscula, anota: "En el trato directo, el señor Macià da la impresión de estar gagá. Es un gagá lleno de salud, muy difícil de comprender; porque este señor no ha hecho nunca el menor esfuerzo para ser comprendido con cierta claridad. Su expresividad es escasa". Y luego, al glosar el discurso ante sus anfitriones castellanos, añade: "El señor Macià es una reminiscencia muy curiosa del siglo pasado. (…) Ha mantenido el tono maximalista, tozudo, dogmático. Esa tozudez, esa estrechez mental, ha dado a la gente aquella sensación que sólo ofrecen los sistemas cerrados".
 
Hace cuarenta y ocho horas. El reflejo en el que ahora se reconocería don Francesc pontificaba ante el Foro de El Mundo: "Me gustaría que el nuevo Estatut fuera proclamatorio como las constituciones francesa y americana". Y un minuto más tarde, amenazaba: "O la Constitución se moja y confirma las proclamaciones que las autonomías hayan hecho de su identidad o estaremos en el punto cero". Sucedía el dieciocho de diciembre de 2004, justo dos días antes de que ETA–Batasuna bendijera en Vitoria el plan separatista de Ibarreche.
 
Hace setenta y tres años. Como siempre en el reverso de un impreso de quiniela, Pla continúa redactando a mano su columna del día. Escribe: "¿Macià, hombre moderno? ¡Qué va! Aparentemente, la gente lo sigue porque cree que el programa del señor Macià consiste en poner bidet y cuarto de baño en las casas. Pero, del señor Macià, lo que cuenta es lo que tiene de superviviente de las guerras carlistas, lo que tiene de mentalidad estrecha y fanática, lo que tiene de hombre que –vamos a suponer– los tiene bien puestos". Ahí pone el punto y final. Luego, relee el texto completo, antes de levantar la vista hacía la barra y pedir otro café al camarero. Ocurre el 14 de agosto de 1931, justo cinco años antes de que estalle la fase definitiva de la Guerra Civil. La penúltima.

En España

    0
    comentarios