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Ricardo Medina Macías

La dictadura de los incompetentes

Una de las tesis es que la propaganda nos está vendiendo la misma vieja medicina autoritaria, que tantos sufrimientos causó en el siglo pasado, con nuevas etiquetas más o menos vistosas

Dentro de lo que se ha llamado el Gran Terror en la Unión Soviética, Stalin no sólo mató a millones de personas sino que eliminó sistemáticamente a los más competentes.
 
Preparo un libro de próxima aparición sobre los nuevos populismos que han brotado –como versión bastarda del fracasado marxismo– en varios países de América así como en España. Una de las tesis es que la propaganda nos está vendiendo la misma vieja medicina autoritaria, que tantos sufrimientos causó en el siglo pasado, con nuevas etiquetas más o menos vistosas.
 
Teniendo ese telón al fondo leo que José Stalin, a pesar de haber sido autor intelectual y directo de la muerte de millones de personas en la Unión Soviética y de haber llevado hasta extremos grotescos el terror como forma de control de la población, fue popular en la propia Unión Soviética durante los años más terribles de toda su execrable dictadura. ¿Por qué?
 
Por las ganas de creer del pueblo que son una de las últimas defensas –la esperanza es lo último que se pierde– contra el terror institucionalizado. Así, no es descabellado en absoluto caracterizar a Stalin como un santo patrono del populismo. Otro tanto cabría decir de Hitler.
 
Salvo escasas excepciones, los déspotas adoran los halagos de las multitudes, esa miel de la popularidad que es la adulación multiplicada por millones en los grandes actos de masas o, versión reciente, en las encuestas de opinión.
 
Las ganas de creer explican parte del misterio: esa popularidad que se mantiene incólume frente a las evidencias crecientes de la miseria, el hambre y el terror desnudo que ha creado el mismo "héroe del pueblo" que es objeto de popularidad que raya en veneración.
 
El terror cotidiano –detenciones arbitrarias, fusilamientos, deportaciones masivas, decomisos brutales de cosechas en el campo, delaciones y desapariciones– es asumido popularmente como penalidad necesaria para construir el paraíso futuro o, en el peor de los casos, como algo ajeno al dictador y causado por "malos colaboradores" que han traicionado al líder. La propaganda, a su vez, contribuye a confundir las causas de esas penalidades e intenta atribuirlas a conspiraciones de los enemigos del héroe popular.
 
Pero hay otro ingrediente: el terror, en el caso de Stalin como en el de otros santos patronos del populismo, se ceba especialmente en quienes más destacan y amenazan el poder omnímodo del líder. Este odio a lo mejor se viste de ropajes justicieros, como igualación hacia abajo y es sumamente popular. El populacho disfruta viendo caer a los más capaces.
 
Es la dictadura de la incompetencia. La revancha de los eternos perdedores que, por fin, encuentran quien les haga justicia deshaciéndose de los mejores. Por ese camino también, por cierto, se explica la recurrencia del antisemitismo en las dictaduras populistas, dada la perniciosa tendencia –dirá la propaganda– de los judíos a destacar sobre los demás.
 
© AIPE
 
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano

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