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Eduardo Ulibarri

Asomos de paz

Lograr la convivencia entre Israel y un Estado palestino laico y democrático es un objetivo que –como el conflicto actual– excede a ambas partes

¿Traerá el 2005 la posibilidad de que, por fin, el conflicto entre israelíes y palestinos tome un rumbo estable de solución, que conduzca hacia una paz duradera?
 
Sobran motivos para desear este desenlace, incluso desde la lejanía latinoamericana: poner fin a una absurda acumulación de muertos, frenar uno de los más potentes motores del terrorismo internacional y desactivar la principal fuente de inestabilidad en la zona más inestable del mundo: el Medio Oriente.
 
No en balde el primer ministro británico, Tony Blair, calificó la búsqueda de un arreglo entre ambos pueblos como la mayor prioridad para la política exterior de Estados Unidos y la Unión Europea (UE). La buena noticia, al comenzar el año, es que las posibilidades de lograrlo son muchas, porque rebasan las iniciativas externas (siempre necesarias) y toman cuerpo allí donde resultan esenciales: Israel y Palestina.
 
Sus dos grandes pruebas inmediatas serán la puesta en marcha del gobierno de "unidad nacional" israelita, conformado por los partidos Likud y Laborista, y la celebración y resultado de las elecciones palestinas, el 9 de enero.
 
Pero el gran detonante del proceso se dio en noviembre, con la muerte de Yasser Arafat, autocrático e histórico líder palestino. Su sucesor interino, Mahmud Abas, un dirigente pragmático, demócrata y moderado, tomó de inmediato una posición conciliadora, abierta al diálogo con Israel, favorable a su existencia y opuesta al terrorismo. Aunque no ha logrado que los grupos más extremistas, como Hamás, las Brigadas de los Mártires de Al Aksa y los radicales de su propio partido, Fatah, cesen del todo la violencia, esta se ha reducido.
 
Abas, además, ha restablecido los canales de comunicación con los gobiernos árabes más moderados y ha sido aceptado por la comunidad internacional (en especial Estados Unidos, la UE y las Naciones Unidas) como interlocutor válido y gobernante responsable. Cada vez es más seguro que triunfará en las elecciones y se convertirá en presidente de la Autoridad Palestina, con lo cual aumentarán su legitimidad y eficacia.
 
En Israel, la realidad política también ha cambiado drásticamente. Su semilla, anunciada hace meses, fue la decisión del primer ministro, Ariel Sharon, de desmantelar los asentamientos judíos y retirar sus tropas de la pequeña, pero simbólica, franja de Gaza. Pero difícilmente esto habría impulsado un verdadero arreglo sin el resto de los cambios que se han producido.
 
El más importante es el acuerdo entre su partido Likud (derecha) y el Laborista (centro-izquierda), incluye ese retiro, pero de manera ordenada y como parte de un proceso más amplio para combinar paz y seguridad a largo plazo. Además, los laboristas, más abiertos a la negociación con los palestinos y a que estos tengan un verdadero Estado, serán fundamentales para dar coherencia y velocidad a otras decisiones encaminadas en el mismo sentido.
 
Ninguno de los avances en ambos campos son, por sí solos, garantía de éxito; apenas, la mejor oportunidad en muchos años. Persisten, como grandes focos de discordia, los asentamientos judíos en Cisjordania –el territorio verdaderamente relevante para que un eventual Estado palestino sea viable–; el estatus de Jerusalén, que Israel, en contra de los acuerdos internacionales, reclama íntegramente como capital, y las reales posibilidades de que la nueva Autoridad Palestina logre desmantelar a los grupos terroristas.
 
Son estas dificultades y la tendencia a que, a menudo, tanto en Israel como en Palestina prevalezcan los sectores fanáticos, lo que da a Estados Unidos, la UE, la ONU y los gobiernos árabes moderados una enorme responsabilidad en el proceso de paz.
 
Por ahora, así lo han entendido. Durante las últimas semanas, su actividad diplomática ha sido intensa, y con buenos resultados. Entre ellos están un mejoramiento sustancial de las relaciones entre Israel y Egipto, y el compromiso –estadounidense, europeo y árabe– de brindar generosa ayuda económica a los palestinos, a condición de que tanto ellos como los israelíes den pasos relevantes hacia la reducción del conflicto y el avance en una solución negociada. Además, Blair anunció la celebración, en Londres, de una conferencia internacional para mejorar la capacidad política y económica palestina.
 
Lograr la convivencia entre Israel y un Estado palestino laico y democrático es un objetivo que –como el conflicto actual– excede a ambas partes. Por esto, la lucha para alcanzarlo debe ser amplia e intensa. Solo así se podrán aprovechar, esta vez, los factores positivos que han reavivado la esperanza de que, al fin, en el 2005 haya logros para las nuevas generaciones.

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