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Amando de Miguel

El liberalismo es pecado

El libro de Rodríguez Braun es un alegato contra el retorcimiento del lenguaje y de las ideas que significa expresarse como lo hace la progresía. Es decir, pone las cosas en su sitio, el equivalente de la justicia en el Derecho Romano

He dado cuenta en este rincón de las palabras de la salida de un libro tan interesante y pedagógico como divertido, el Diccionario políticamente incorrecto de Carlos Rodríguez Braun (LID Editorial Empresarial). Merece un escolio algo más completo. Estamos ante una de las grandes perversiones de la lengua, la que acomoda la significación de las palabras a lo que conviene según el patrón político dominante, que es el de la izquierda. La cosa es tan descarada, tan burda, que solo se puede despachar con sentido del humor y de la paradoja, como hace el libro citado.
 
La corrección política es lo que se estila en ciertos ambientes de lo que en su día se llamó, con notable acierto, la progresía. Es algo así como la caricatura del progresismo, la degradación de la moral socialista, la trivialización del pensamiento que en su día fue revolucionario. Responde a un conjunto de personas que pasan por intelectuales, que alimentan sus ocios a la sombra del poder. Su ideología básica es la negación del liberalismo, el resentimiento frente a los Estados Unidos, el rechazo de la economía de mercado, y, ya de paso, el despecho frente a la civilización occidental y cristiana. Sus epónimos suelen ser actores (y actrices, claro) del mundo del espectáculo, incluyendo los medios de comunicación.
 
La gran paradoja es que el grueso de las ideas de lo “políticamente correcto” (empezando por esa locución) procede de los Estados Unidos. Asombra el mimetismo y la obsesión que ejercen los Estados Unidos sobre los progres antinorteamericanos. El epítome de la rabia antinorteamericana la puede representar en España una luminaria del mundo del espectáculo que se hace llamar “el gran Wyoming”.
 
El libro de Rodríguez Braun es un alegato contra el retorcimiento del lenguaje y de las ideas que significa expresarse como lo hace la progresía. Es decir, pone las cosas en su sitio, el equivalente de la justicia en el Derecho Romano. A veces basta con escuchar otra vez los berridos políticamente correctos. Por ejemplo, este de un famoso cantautor: “Ya está bien de coñas. No a la guerra, no al dinero, o sea, no al petróleo. No al puto dinero”. El dicho lo califica irónicamente el autor de “inusitada profundidad intelectual”. Como esa perla, hay unas cuantas más.
 
Tendría que señalar las “definiciones” que más me gustan del Diccionario de Rodríguez Braun. La finura de la brevedad puede ser esta: “Ciudad. Infierno en donde todo el mundo quiere vivir”. Es como una greguería de Ramón Gómez de la Serna. O también: “Cumbre. Apoteósico nombre de reuniones donde van señores que jamás se pagan su billete con su dinero”. Se podría añadir que el propósito fundamental es hacerse una gran foto panorámica de todos juntos en fila mirando a la cámara. Seguramente es la nostalgia del colegio, con la foto del curso.
 
Me gustan las entradas del Diccionario que hacen pensar. Por ejemplo, “Democracia.  Antes, doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el Gobierno. Ahora, doctrina política favorable a la intervención del Gobierno en el pueblo”. Se podría añadir: “En el futuro, doctrina política favorable a la intervención de los progres en el Gobierno”. Propondría una reformulación: “Progre. Progresista que se queda a la mitad, justo antes de promover la libertad”. Y también: Progresía. Feligresía de los progres”.  El premio conceptista hay que dárselo a esta entrada: “Social. Político”. Está todo dicho. Carlos Rodríguez Braun, torero.

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