Menú
Ignacio Villa

El de las tortas pide educación

Zapatero ha abierto La Moncloa a un político –Ibarretxe– que se chotea de las Instituciones españolas; Zapatero ha abierto las puertas de La Moncloa a un texto apoyado por los terroristas batasunos

El presidente Zapatero amigo de los gestos a la hora de hacer política, se ha visto atrapado por su propia estrategia. Alguien como él que centra toda su atención en las formas ha caído en sus artimañas.
 
Tanto talante, tanta sonrisa y tanto golpe de efecto al final pasa factura. Zapatero ha recibido a Ibarretxe con un protocolo medido pero acogedor. El presidente del Gobierno ha atendido al Jefe del Ejecutivo vasco sin entusiamos -¡faltaría más!- pero sin ninguna frialdad. Conversación fluida, largo apretón de manos y sonrisa reprimida de Zapatero. Dos enormes banderas española y vasca de iguales dimensiones.
 
Con esa llegada han comenzado las tres horas y media de reunión. ¿Para qué? Para nada. Ibarretxe ha mantenido punto por punto su plan independentista. Zapatero ha escuchado y ha dicho no. En el primer caso era previsible; en el segundo, el problema no está en la respuesta negativa. El problema está en la reacción débil y desdibujada ofrecida por Zapatero a la hora de responder, pero especialmente a la hora de abordar la propuesta del Lehendakari. Del presidente del Gobierno todavía –quince días después– no hemos escuchado una declaración institucional. Y eso es muy preocupante.
 
Al abrir las puertas de La Moncloa al Plan Ibarretxe, muchos españoles nos hemos sentido insultados por la actitud del presidente del Gobierno. Zapatero ha abierto La Moncloa a un Plan que quiere romper la estabilidad institucional y constitucional; Zapatero ha abierto La Moncloa a un político –Ibarretxe– que se chotea de las Instituciones españolas; Zapatero ha abierto las puertas de La Moncloa a un texto apoyado por los terroristas batasunos. El presidente del Gobierno español ha dicho no -¡de acuerdo!- pero se espera más cuando alguien le propone negociar la ruptura de España.
 
Por su parte, las palabras de Ibarretxe son simplemente la constatación de las intenciones de dinamitar la estabilidad del Estado. Este hombre visionario en sus ideas y necesitado de los terroristas en el Parlamento ha dejado claro que no sabe lo que es dialogar. Pide hablar, pero sin ceder. Pura demagogia.
 
Por cierto –paradojas de la política– Ibarretxe, el mismo que amenaza con las tortas, nos pide educación a los ciudadanos. Oír para creer.  

En Opinión