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Amando de Miguel

Noticias de ultramar

Carlos Andrés Zelaya (Honduras) me escribe una larga y cariñosa misiva. Está de acuerdo con mi declaración de que el idioma español “es de todos los españoles y los hispanoamericanos”. Le entristece “la cruzada de eliminar el bilingüismo de Cataluña… al negar la enseñanza del castellano”. No está de acuerdo con mi decisión de eliminar la tilde del adverbio solo. Sostiene que, por la misma razón, habría que quitársela a mas. Es una idea. La verdad es que con esa simplificación no hay ningún peligro de anfibología. Llaneza, muchacho.
 
Decía yo que la forma “antier” (por “antesdeayer”) “es ya de poco uso, excepto por los muy castizos o los muy finos”. Concretamente, estaba pensando en Antonio Burgos. Juan C. Furones (Madrid) me señala que “esa forma, antier, se puede escuchar normalmente en Colombia, al menos en Bogotá, y lo dicen tanto los muy finos como las clases más populares”. No lo sabía, pero me alegro, y se confirma mi teoría. Los colombianos siempre me han parecido los más finos y castizos de todos los castellanoparlantes.
 
Gustavo Laterza Rivarola (Asunción, Paraguay) se maravilla de los términos que se utilizan en el lenguaje deportivo con un sentido opuesto al que se espera. Así, ser agresivo es digno de elogio, lo mismo que hacer daño al rival. El equipo ganador es culpable del éxito. A mi modo de ver, no es una aberración del idioma. Responde a una figura retórica, la antífrasis, que funcionaba ya en latín, y supongo que antes. Si se utiliza con mesura, puede contribuir a hacer más elegante y expresivo el discurso. Si se deja caer por ignorancia, produce hastío. Mi antífrasis favorita es esa bobada que dicen ahora algunos famosillos. Para significar que están muy enamorados de alguien, comentan que ambos son cómplices. Tradicionalmente, los cómplices se buscaban para cometer delitos.
 
Don Gustavo me proporciona el “datillo” de que en el Cono Sur las lesbianas son conocidas como tortilleras. Toma, y en toda España y también en México, donde las tortillas de comer son cosa diferente a las españolas. Ignoro de dónde viene esa imagen de la tortilla como el refocile de una pareja (o trío) de mujeres homosexuales. Pido ayuda a la feligresía digital para desentrañar el misterio. No se me alcanza. Aunque sexagenario, no soy voluptuoso.
 
Rodolfo Miller (Cuernavaca, México) protesta por la voz judías que empleamos en España para designar a las alubias, habichuelas, fabes o frijoles. (Mi madre, de Zamora, llama fréjoles a las judías con vaina). Don Rodolfo considera que lo de “judías” es “peyorativo, denigrante, antisemita”. Me temo que, por su posible origen judío, a don Rodolfo los dedos se le hacen huéspedes en esa ocasión. No sé de nadie que considere peyorativo, denigrante o antisemita el designar a las sabrosas judías por su nombre. Ese nombre nada tiene que ver con el pueblo judío. Simplemente es la derivación de un término árabe que significa “legumbre”. La vaina es al-yudiya (de donde “judía”) y el fruto seco al-lubiya (de donde “alubia”). Con lo cual se desmonta la otra creencia, que las judías las trajeron los conquistadores de América. Fue solo alguna variedad. Duerma tranquilo, don Rodolfo. Tómese una mantecosa fabada (las hay en conserva) y, si viene por España, unas buenas judías pintas de Tolosa, llamadas pochas.

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