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Luis Hernández Arroyo

Tiempos duros

La inquietud que se percibe en la sociedad es apenas audible, como los pobres manifestantes frente al Congreso con la bandera constitucional, ¡bah!, cuatro gatos tildados de provocadores de extrema derecha

Dicen que son tiempos duros los que vivimos. Yo creo que no; por el contrario, creo que son tiempos suaves, en los que nos están desmembrando con anestesia. La inquietud que se percibe en la sociedad es apenas audible, como los pobres manifestantes frente al Congreso con la bandera constitucional, ¡bah!, cuatro gatos tildados de provocadores de extrema derecha. No hay tal inquietud, salvo la de unos pocos alucinados... ¿No estamos en manos de un buen equipo quirúrgico, con su buen anestesista, con las últimas técnicas europeas?
 
En cambio, sí creo que los tiempos duros pueden venir después, a la vuelta de pocos años, cuando tengamos –¿osaré decirlo?– un resto de nación, con la economía seriamente tocada, y a la que son hostiles ¿dos? estados separados que, además, quieren anexionarse territorios adyacentes, lo quieran o no sus habitantes. ¿Es un escenario remoto, imposible? Yo creo, sencillamente, que es uno de los escenarios posibles. Ni siquiera sé si es el más probable; pero estoy absolutamente seguro de que de los escenarios alternativos que se puedan imaginar, todos, salvo uno, trae nada más que confusión y pobreza. Más que nada, porque –gracias sobre todo al Gran Hermano que nos guía–, se ha dejado salir al genio de la botella, o se ha disparado la escopeta y la bala no puede ser devuelta a ella. Entre los nacionalistas de siempre y los que están saliendo del armario todo los días (véase el artículo de Jordi Gual en Expansión), junto con la inanidad perversa del Gobierno –¿Cómo pasara a la historia? ¿Se le comparará con Fernando VII?, esto sería generoso–, se está formando una “masa crítica” acelerada que va a ser determinante, en los próximos años, se cumpla o no el infausto escenario.
 
En cuanto el escenario mencionado, único de no pesadumbre, no consigo formularlo. Llamémosle, simplemente, milagro.

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