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Pablo Molina

El racismo ya es progre

desde el punto de vista de la progresía, el izquierdismo está codificado en el ADN.

Una de las viejas categorías de la dialéctica marxista es su pretensión de monopolizar la representación de las clases oprimidas. Pobres, negros, inmigrantes, homosexuales e integrantes de cualquier otra minoría, son despojados de su condición de individuos para convertirse simplemente en parte de un atomizado grupo social, cuya representación se atribuyen en exclusiva los elegidos de la secta, encargados de la salvación común.
 
Un ejemplo reciente de esta vieja estrategia marxista es el escándalo causado en los EEUU –seguido muy de cerca en la blogosfera– por las declaraciones de Armstrong Williams, comentarista político conservador, que ha reconocido haber recibido dinero por promocionar programas educativos de la Administración Bush. El asunto no hubiera tenido mayor trascendencia, si no fuera porque Williams es, además de conservador, negro y esa es una conjunción que los ungidos por la secta de lo políticamente correcto consideran inadmisible. En España ya hemos tenido algún ejemplo del respeto que las gentes de progreso muestran por los políticos conservadores de raza negra, rasgo que comparten con sus colegas progres norteamericanos, aunque en aquel país tales excesos racistas suelen encontrar una debida respuesta.
 
Y es que “desde el punto de vista de la progresía, el izquierdismo está codificado en el ADN. Es por tanto genéticamente imposible que un negro crea realmente en el gobierno limitado o que toda persona, sin tener en cuenta otra circunstancia, adquiera una responsabilidad personal sobre su propia vida. Un negro apoyando tales puntos de vista, de acuerdo con el pensamiento progre, comete un acto contra natura y traiciona su herencia y su familia. La única explicación posible para que un negro hable como un conservador ha de ser, pues, que esa persona haya sido pagada para hacerlo”.
 
Y sin embargo, un creciente número de personas de raza negra comprenden que su futuro reside en mejorar sus comunidades, restaurar los valores tradicionales, reconstruir la familia negra y ayudar a que en las zonas deprimidas de los cascos urbanos, la gente de su raza empiece a tomar el control de sus vidas y a convertirse en esposos, padres y cabezas de familia antes que en jugadores.
 
Pero es difícil que la secta de la izquierda permita a los miembros de las clases oprimidas pensar y actuar por su cuenta, pues la mejora de las condiciones económicas en estos sectores les arrebata el prestigio de la desdicha y acaba sustrayéndolos a la tentación de la violencia contra el sistema.
 
Aunque para ser justos, hay que admitir que con esta arrogancia intelectual tan típicamente marxista, los autoproclamados defensores de los humildes no hacen sino honrar a sus ancestros totalitarios, pues “El Manifiesto Comunista”, como es bien sabido, fue escrito por un par de tipos que no llegaron a trabajar jamás ni un solo día de sus vidas, a pesar de lo cual formularon sus consignas “en nombre de los trabajadores”. Son por tal razón los inventores de lo que ha llamado Freund “el obrerismo por compensación”, del que, por cierto, conviene huir como de la peste.

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