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Amando de Miguel

En la variedad está el gusto

Jaime Villar (Madrid) anda intrigado con la significación del verbo ostentar. Él lo ve más bien como “alardear”. No le parece correcto el significado de “desempeñar” (un cargo). Vamos al origen. En el Diccionario de Autoridades (el primero de la Real Academia) ostentar es solo dos cosas: (1) Mostrar o hacer patente una cosa para que sea vista de todos con magnificencia y boato. (2) Jactarse, vanagloriarse de alguna cosa. Ambos sentidos están cerca de “alardear”, según entiende don Jaime. Pero la lengua evoluciona. El DRAE actual reconoce dos significados más contenidos: (1) Mostrar o hacer patente algo. (2) Hacer gala de grandeza, lucimiento y boato. Así pues, la primera acepción es más descriptiva. Uno ostenta un cargo, un título, una ocupación simplemente si lo hace patente, no lo oculta.
 
Más completo es el Diccionario de Seco, basado en el uso que hacen los escritores. Son tres las acepciones: (1) Mostrar algo con intención de que sea admirado. (2) Tener o llevar algo de modo que sea bien visible. (3) Tener de manera pública un cargo, título, dignidad o derecho. Por tanto, yo ostento el título de catedrático o la condición de escritor o de tertuliano sin que alardee mucho de ello. Simplemente, me siento orgulloso de esos menesteres, por el carácter público que tienen, pero sin hacer gala de grandeza, lucimiento o boato. Antes de que el Gobierno decidiera eliminar los tratamientos de “excelentísimo” y demás yo ya había renunciado a utilizar el que me corresponde de “ilustrísimo”. Francamente, me parece una cosa risible. Lo digo porque don Jaime sostiene que los ministros “trataron de dejar de ostentar sus cargos cuando decidieron quitarse el tratamiento de excelentísimos”. Yo creo, al contrario, que con esa decisión ostentan mejor sus cargos. Es decir, muestran sus cargos con intención de que sean admirados. Claro que la verdadera admiración es por lo que puedan hacer y decir.
 
Flavio (sin más) opina que el “adiós” de despedida es la contracción de “A Dios vayas”. Y el otro responde “Quede usted con Dios”. Es evidente que se trata de esas contracciones o de otras parecidas. Para mí el origen de esa despedida está en la cortesía del huésped cuando concluye su situación de regalo. Una forma de corresponder simbólicamente con el favor de haber sido hospedados es despedirse de los anfitriones con un “Quedad con Dios”. La forma más divertida del dicho la recoge el famoso Diccionario de Correas, en el siglo XVI: “Adiós, Benavente, que se parte el Conde (y quien partía era el cocinero)”. La versión más actual es “Adiós, Madrid, que te quedas sin gente (y quien se iba era un zapatero remendón)”. La expresión es hiperbólica para darse importancia. Una variante es “¡Adiós, Madrid!” como exclamación por un desastre o estropicio. También puede ser “¡Dios, la que se armó!”. Tengo mis dudas si no será la referencia no religiosa a Dios un ñoñismo para evitar la exclamación en forma de blasfemia.
 
Queda apuntado aquí una curiosa reminiscencia extremeña: el verdo (equivalente a “vaso de agua” en francés) para significar la damajuana que se pone en la mesilla para beber por la noche. Lorenzo Martínez corrobora que, en los años 40, en los Almacenes Capitol y SEPU “se ofrecían unos conjuntos formados por un platito, una jarrita con un vaso, que, colocado boca abajo sobre el cuello de la jarra, hacía de cubierta y se usaba como vaso. Todo ello con el nombre de verdó”. Hay barbarismos bonitos.
 
Jorge A. Waterhouse-Haywar de Irureta Goyena (Canadá, habitual de este corralillo) se maravilla de que ciertos neologismos hayan cuajado de distinta manera según los países. Cita frigorífico (España), que en la Argentina es heladera y en México refrigerador. En España decimos también frigo, como tele (visión), cine (matógrafo), taxi (metro), metro (politano). Antes de que los frigos fueran eléctricos había neveras de hielo. Y antes de eso, cuando ni siquiera había hielo, estaban las fresqueras (un armarito con rejilla al exterior en la parte fría de la casa, el hostigo). El refrigerador o congelador en España consigue una temperatura más fría que la del frigorífico.

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