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Diplomacia coherente

¿con quién se va a encontrar más cómodo Bono, con Chávez o con Uribe? ¿Con un populista bolivariano, con un golpista que desmonta paso a paso la débil estructura institucional de Venezuela o con un demócrata que trata de salvar la democracia

Puede parecer mentira, pero la política exterior española es un perfecto ejercicio de coherencia.
 
Algunos medios de comunicación han puesto en entredicho la actuación de nuestros gobernantes en América Latina, por no casar el discurso con la práctica, lo que se dice con lo que se hace. Así, por ejemplo, Moratinos propuso a la Unión Europea levantar las sanciones a Fidel Castro, aunque eso supone premiar a un dictador e ignorar las demandas de la oposición democrática cubana que, en teoría, goza de todas nuestras simpatías.
 
Rodríguez Zapatero se ha desplazado a Buenos Aires para visitar al Presidente “Ernesto” Kirchner. Cabía esperar que velara por los intereses de España, de nuestras empresas y de los millones de ahorradores que tienen depositado su dinero en acciones o fondos afectados por el comportamiento arbitrario del dirigente argentino. En vez de eso, para sorpresa de algunos, Zapatero desconvocó una reunión con empresarios españoles con inversiones en aquel país y les envió el mensaje de que debían entenderse con el gobierno de la Nación, ¿o más bien plegarse?. Más aún, Zapatero rió las gracias al Presidente argentino, le mostró comprensión y buena disposición a ceder en futuras ocasiones.
 
José Bono se ha desplazado vergonzantemente a Venezuela para hablar de venta de armas, cuando se habían cancelado compromisos con Colombia para evitar alimentar un conflicto diplomático de difícil control.
 
El problema de los que ven contradicción reside en confundir política con discurso. Para el Partido Socialista el discurso es parte de la propaganda, de lo que conviene decir en cada momento. No tiene por qué ser coherente, ni siquiera veraz. El discurso es sólo un instrumento. La idea de que el Gobierno debe mantener una comunicación con la ciudadanía, explicando en cada momento lo que hace y por qué lo hace es un prejuicio liberal y, por lo tanto, anacrónico. El Partido Socialista tiene una política exterior que responde perfectamente a sus principios políticos generales. En Argentina, Cuba y Venezuela la sintonía ideológica –populismo antiliberal, antinorteamericanismo– es prioritaria frente a los intereses de algunos españoles, esos “capitalistas” que tienen ahorros. Las empresas tienen que plegarse y, depende de cómo actúen, algunas podrán ser recompensadas de otra manera, quizás no ejemplar pero real.
 
Los demócratas cubanos y el régimen democrático colombiano, que lleva años luchando contra distintos grupos terroristas, son, sencillamente, el enemigo político, el objetivo a batir. Reflexione, ¿con quién se va a encontrar más cómodo Bono, con Chávez o con Uribe? ¿Con un populista bolivariano, con un golpista que desmonta paso a paso la débil estructura institucional de Venezuela o con un demócrata que trata de salvar la democracia frente al terrorismo marxista?
 
El general Franco trató, durante los años de la II Guerra Mundial, cuando estaba convencido del triunfo del Eje sobre el decimonónico liberalismo, de establecer una asociación de estados iberoamericanos para hacer frente a Estados Unidos, a la potencia democrática de referencia. Los socialistas españoles vuelven a las andadas, sitúan en el mismo punto al enemigo principal y se proponen dar alas a las distintas corrientes populistas para echar por tierra el trabajo de estos últimos años, en favor de la democracia liberal y la economía abierta.
 
Los que ven contradicciones no quieren creer lo evidente, que la política socialista es una amenaza para la democracia.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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