“Demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo”. Gracias a que Winston Churchill lo inmortalizó reservándole esas diez palabras dentro de los dos tomos de sus Memorias, uno de aquellos hombrecillos medrosos que clamaban por apaciguar a Hitler cediendo a cada una de sus exigencias consiguió ganarse una línea en todos los manuales de Historia. No sé por qué, repasando un artículo que Odón Elorza publicó hace unos meses en El País, me ha venido a la cabeza aquel capítulo del libro de Churchill. Y no recuerdo ahora si ha ocurrido al llegar al párrafo en el que Odón lamenta la ausencia de “una política innovadora donde se prime la audacia”, o si ha sido hacía el final de la lectura, cuando el alcalde de San Sebastián compara al Partido Popular con los asesinos etarras.
Odón reclama ahí más audacia ya que le debe parecer poca la que sazona el golpe de Estado que el Gobierno regional planea escenificar hoy en Madrid. Mas se equivoca; porque si a algo se parece la España actual es a aquella República moribunda que pilotaban a la deriva los elorzas y los zetapés de la época: los Alcalá-Zamora, los Casares Quiroga y los Azaña. Los audaces de salón que ni luchaban, ni corrían, ni tenían coraje para imponer la Ley y la Constitución a las fuerzas que pervirtieron las instituciones hasta hacer inevitable la Guerra Civil. Si algo sobró entonces, fue precisamente audacia.
Igual que hoy. Porque inimaginable en ningún lugar del mundo civilizado es la audacia de un ex ministro de Justicia reclamando venganza contra las víctimas del terrorismo y que rueden las cabezas de sus representantes. O la de un presidente del Gobierno sonriendo cariñoso a quien se proclama verdugo de la unidad de la Nación. O la de un dirigente socialista comerciando acuerdos en sede parlamentaria con los asesinos de sus correligionarios. O la de todo un stablishment intelectual y mediático que se apresura a estigmatizar como de extrema derecha a quien suscriba la obviedad que proclaman los principales hispanistas del mundo; a saber, que los nacionalismos vasco y catalán comparten el mismo objetivo estratégico: romper la unidad de España y el espinazo del Estado.