Cosas veredes que farán fablar las piedras, nos advirtió aquél. Y vive Dios que así ha sido desde que los Infantes de Carrión dejaran testimonio en las calzas de la impresión que les causó el talante de Mío Cid. De tal guisa que, sin ir más lejos, en 1978 vimos a los vascos y a las vascas autodeterminándose y votando sí a la Constitución española; igual que los catalanes, que también entonces ratificamos mayoritariamente al pacto constituyente. Mas yendo tan cerca como a anteayer, habríamos de ver a un Parlamento entero en el que ya absolutamente nadie se acordaba de eso. Entremedio, veríamos a los optimistas antropológicos tildando de “asesino” a quien acorralaba a los criminales y a las criminales que mataron a Ernest Lluch, a Fernando Buesa y a Fernando Mújica. Remontándonos casi dos siglos atrás, atisbamos en el primer artículo de la Pepa que los españoles nacemos justos y bondadosos, que no simples y lerdos como presuponía hace sólo veinticuatro horas el Pepe (Blanco). Y al volver camino del presente por la carretera de Perpiñán, avistaríamos el abrazo entre Carod Rovira y sus amigos de Terra Lliure que no se arrepentían de nada, ni de la primera bala ni del último ataúd.
José García Domínguez
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Cosas veredes, Mío Cid
Pero todavía no lo hemos visto todo. En realidad, es muy probable aún no hayamos visto nada. Y es que, por ejemplo, no nos han revelado los nombres de las estrellas en la gran gala final de la Operación Triunfo de ETA
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