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¿Qué hay de nuevo, Kim?

Los norcoreanos pueden ser fanáticos, pero conocen suficientemente bien cómo funciona la comunidad internacional como para, en curiosa sintonía con Irán, provocar con la intención de aislar a Estados Unidos.

El 4 de octubre de 2002 el viceministro de Asuntos Exteriores de Corea del Norte, Kang Sok Joo, reconoció, ante las insistentes quejas de los diplomáticos norteamericanos, que la CIA tenía razón cuando afirmaba que estaban desarrollando un programa nuclear, incumpliendo así sus obligaciones como signatarios del Tratado contra la Proliferación Nuclear y del Tratado Marco firmado con Estados Unidos. Pero la CIA estaba equivocada, como lo estaba Rumsfeld, quien en Agosto de 2001 afirmó, al referirse al tipo de material fisible, que Corea tenía suficiente plutonio para fabricar cinco bombas nucleares. El nuevo programa no era, como en años anteriores, sobre plutonio, sino sobre uranio enriquecido.
 
El esfuerzo diplomático llevado a cabo por la Administración Clinton para que Corea del Norte abandonara su programa de plutonio, a cambio de generosas compensaciones económicas y de la construcción de centrales nucleares de agua ligera –no utilizables para generar material de uso militar-, había conseguido financiar a un régimen comunista y le había dado la oportunidad para desarrollar un segundo programa nuclear, esta vez basado en uranio enriquecido. Un auténtico éxito del Partido Demócrata que permitió a los republicanos descargar toda su artillería dialéctica.
 
Bush heredó de su brillante y atractivo predecesor casi todos los temas de seguridad que éste se había encontrado, pero agravados por el tiempo. En el caso coreano no hubo sorpresas. Los senadores republicanos venían repitiendo desde tiempo atrás que se había negociado mal, que no se disponía de medios eficaces para controlar el programa nuclear y que había fundadas sospechas de que las investigaciones seguían adelante. Las declaraciones del viceministro dejaban una duda sin resolver: si habían llegado o no a dar forma a la bomba. Una cosa es tener un dispositivo nuclear capaz de explosionar y otra disponer de un arma que, en el caso coreano, cabría suponer sería una cabeza nuclear capaz de ser portada por su gama de misiles balísticos.
 
La declaración del ministro de Asuntos Exteriores de Corea del Norte el pasado jueves aporta poco a lo ya conocido.
  1. Reconoce que están desarrollando su arsenal nuclear, lo que ya sabíamos, pero no resuelve el enigma del tipo de arma que están construyendo.
  2. Justifica el programa por la agresión de la Administración Bush, que amenaza su régimen político. Nadie duda de las escasas simpatías que dicho régimen tiene en la Casa Blanca y en el Capitolio, pero algo falla con la cronología. El programa de plutonio se remonta, por lo menos, a los años de Bush padre y el de uranio enriquecido, como poco, a la etapa Clinton. La política de Bush es una reacción, no una causa.
  3. Comunican su abandono de la mesa a seis (EE.UU., Rusia, China, Corea del Norte, Corea del Sur y Japón) pero manifiestan su disposición a abrir una ronda negociadora bilateral, exactamente lo mismo que hicieron en octubre de 2002.
Lo único relativamente original es presentarse como víctimas de un intento de violación del, durante siglos, sacrosanto principio de no injerencia en los asuntos internos de un estado soberano. Lo esencial es el abandono de la mesa a seis. Si Estados Unidos cediera y aceptara una negociación bilateral estaría reconociendo, de hecho, que el problema es bilateral. De ahí que haya rechazado la oferta una vez más y que haya recordado que el problema es regional, en primera instancia, y mundial, en última. En la mesa están presentes tres miembros de pleno derecho del Consejo de Seguridad y dos potencias vecinas, además del afectado. En el caso de que Corea del Norte se mantenga firme, lo que no está nada claro, lo más probable es que Estados Unidos haga lo que todos temen, llevar el problema al Consejo de Seguridad, la misma medida radical que amenaza tomar en relación a la cuestión iraní.
 
¿Por qué todos aquellos que se dicen valedores de Naciones Unidas temen que Estados Unidos lleve al Consejo los problemas más importantes que afectan a la seguridad global? La respuesta es sencilla, porque dichos valedores lo son de la institución en la medida en que les aporta una plataforma política y les permite tratar de contener a Estados Unidos... y poco más. La sola idea de tener que actuar públicamente sobre una crisis de proliferación y verse obligados a optar entre ceder ante Corea, Irán... o ser coherentes e imponer sanciones e, incluso, aprobar el uso de la fuerza les produce vértigo. De ahí que en ambas crisis estén dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de evitar la intervención del Consejo y que, llegado el caso, haya que “dar tiempo a los inspectores...”
 
Los norcoreanos pueden ser fanáticos, pero conocen suficientemente bien cómo funciona la comunidad internacional como para, en curiosa sintonía con Irán, provocar con la intención de aislar a Estados Unidos, en un momento en que el Imperio parece demasiado ocupado en resolver los procesos de reconstrucción afgano e iraquí.
 
Las Fuerzas Armadas norteamericanas están cargadas de trabajo, pero ese no es el tema. Como ha recordado Rice, es tiempo de diplomacia y queda mucho camino por recorrer. En el caso de Corea del Norte, que es el que nos ocupa, las potencias regionales tienen todavía mucho que decir y es posible aplicar graves sanciones antes de llevar el tema al Consejo de Seguridad. No es sensato minusvalorar la firmeza y coherencia de la diplomacia norteamericana.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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