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Alberto Recarte

Dinero barato

Los datos que tenemos corroboran, aparentemente, ese crecimiento de la productividad en Estados Unidos; pero lo que ha convertido esa arriesgadísima política de dinero barato de Greenspan en un éxito ha sido la globalización.

1. Introducción. La teoría económica
Según se puede comprobar en nuestra historia económica moderna, que comienza a finales del S. XVIII, quizá con la obra de Adam Smith, La riqueza de las naciones, cada vez que un gobierno ha forzado a la baja los tipos de interés, para facilitar la financiación del sector público o para mejorar las perspectivas del sector privado –lo que equivale, automática e irreversiblemente a un aumento de la cantidad de dinero en circulación–, se ha desencadenado un proceso en el que se cometen errores a la hora de decidir si invertir, o no, y en qué. Hasta tal punto que esas inversiones erróneas, terminan por producir bienes y servicios para los que no hay demanda suficiente, mientras otras demandas, de otros bienes y servicios diferentes, no encuentran oferta suficiente, lo que, a su vez, provoca subidas de precios y después de salarios. En definitiva, inflación, por una parte, y crisis en sectores inversores, por otra. A nivel personal, desempleo y un deterioro de las expectativas, que es la antesala de la depresión o recesión, según los casos.
 
Esta incursión en la teoría económica, viene a cuento porque la situación monetaria que vive el mundo desde hace casi diez años –bajos tipos de intereses, pero muy reducida inflación y crecimiento del PIB mundial– es absolutamente excepcional. Y es preciso buscarle una explicación.
 
2. Los demagogos del dinero barato
Durante toda la historia económica, locos visionarios, demagogos, personas con escasa formación o con teorías no científicas, como los marxistas, han clamado por políticas de bajos tipos de interés, por dinero barato, para ayudar a los más pobres –en el más humano de los planteamientos posibles–, para destruir el poder de las banqueros, o para lograr la desaparición de la sociedad capitalista. Y cada vez que han logrado poner en práctica una política de dinero barato, creando más dinero del necesario y posible, a la vista del ahorro nacional, han provocado auténticos cataclismos económicos. El último economista, respetado históricamente, que intentó modificar la teoría económica para defender políticas de dinero barato, o de gasto público financiado con déficit, en determinadas y excepcionales situaciones, fue John Maynard Keynes. Pero la política que inspiró, ejecutada, tras su prematura muerte, sin matices, por políticos de todos los partidos, que se vieron liberados, de pronto, del santo temor que inspiraba el déficit –un respeto que generación tras generación de economistas competentes habían inculcado en los gobernantes–, terminó mal. En esta ocasión, en los años setenta del siglo XX, con un fortísimo proceso de inflación, seguido de recesión y desempleo. Y para poner en orden la economía de mercado fueron necesarios políticos de la talla de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
 
3. Greenspan: errores y aciertos
Pero ha aparecido otro visionario, nada menos que Alan Greenspan, que desde la Reserva Federal norteamericana ha defendido la posibilidad, y la necesidad, de mantener bajísimos tipos de interés. A principios de los noventa, defendió una política de dinero barato por creer que la revolución tecnológica en marcha provocaba grandes aumentos de la productividad –muy por encima de las tasas históricas de crecimiento– y que, por tanto, el aumento de dinero y de crédito en la economía lo único que hacía era acomodarse al imparable crecimiento económico. Era consciente de que el exceso de dinero provocaba fenómenos como la subida de las bolsas, que él mismo criticó hablando de “exuberancia irracional”; pero mantuvo la política monetaria expansiva. Evidentemente, se equivocó; lo que se concretó en el estallido de la burbuja en 2000. Tras ese momento, cuando la economía norteamericana se adentraba en la recesión, Greenspan defendió, contra la opinión mayoritaria, más ortodoxa desde un punto de vista monetario, que había que bajar todavía más los tipos de interés, para evitar que la recesión fuera muy profunda y para que las empresas tuvieran tiempo para sanear sus balances a un coste reducido. Su argumento seguía siendo que no habría inflación porque, a pesar de la crisis, el incremento de la productividad se mantendría.
 
Los datos que tenemos corroboran, aparentemente, ese crecimiento de la productividad en Estados Unidos; pero lo que ha convertido esa arriesgadísima política de dinero barato de Greenspan en un éxito ha sido la globalización. Es posible que la Reserva Federal contara con ella. Es posible que la información estadística les permitiera anticipar que la globalización permitía mantener una política de dinero barato sin que se produjeran, a corto plazo, disrupciones monetarias serias. Es verdad que para entonces Greenspan contaba con la experiencia japonesa, que ponía de manifiesto que ni el dinero barato, ni las inversiones públicas, ni el déficit público masivo tenían consecuencias en los precios. Es más, que el problema era –al menos en Japón– el de la deflación, provocada por unas deprimidas expectativas empresariales y familiares. Ése quizás fue un primer indicio de que, al menos durante un tiempo, los bajos tipos de interés no provocaban inflación.
 
Es posible que Greenspan hubiera anticipado no sólo el aumento de la productividad de la economía norteamericana, sino que la globalización iba a permitir un aumento espectacular de la oferta de bienes y servicios en todo el mundo y que se dejarían sentir en la economía norteamericana; lo que no había ocurrido en Japón por ser una economía muy cerrada y con muy serios problemas en el sector financiero.
 
Durante estos años, de 2000 a finales de 2004, los bajos tipos de interés del dólar (reducidos al 1%), permitieron, efectivamente, acortar la recesión y sanear con rapidez los balances e impulsar, no sabemos en qué medida, el crecimiento; aunque sí sabemos que lograron que aumentara el consumo privado, aun a costa de un intenso endeudamiento de las familias, financiadas a esos bajísimos tipos de interés.
 
4. Conclusión: ¿vuelta a la normalidad?
Esa ventana de oportunidad para una política de dinero barato puede estar empezando a cerrarse. El primer síntoma de desajuste, a mediados de 2004, fue la subida de los precios del petróleo, del acero, de otros metales, de fletes, y de todo tipo de productos derivados del petróleo. En todos los casos se trata de la producción de bienes que, para que su oferta siga aumentando, necesitan de grandes inversiones, que precisan –y eso es lo significativo– proyectos complejos y mucho tiempo –lustros incluso– para materializarlos. Y a estos sectores podrían seguir otros; aunque el sector de servicios, el fundamental en la economía moderna, parece tener una capacidad infinita de seguir aumentando su oferta. Ello es así porque lo más significativo del mundo actual es que hemos pasado en unas décadas de tener de 100 a 200 millones de personas educadas para trabajar a tener, quizá, más de 1.000 millones de personas con esas características. Y, en ese sentido, la política de dinero barato puede seguir funcionando; siempre que se aplique a economías abiertas o con excesos de capacidad para la producción de todo tipo de bienes y servicios.
 
Pero, por si acaso, Greenspan comenzó a subir los tipos de interés a corto plazo a finales de 2004. Y seguirá haciéndolo –según ha anunciado–, por más que no haya riesgos de inflación en la economía norteamericana, que está asimilando asombrosamente bien una devaluación de su moneda del 60%, en tres años, en relación con el euro. Greenspan se ha revelado como un supremo táctico, pero teme que el tiempo de las ofertas ilimitadas de bienes y servicios puede estar acabándose. Él y la Reserva Federal han decidido que quieren tener un margen amplio para poder volver a hacer política monetaria. Greenspan está demostrando que él no es un visionario, como lo fueron Marx y Keynes. Él sabe que la política de dinero barato ha sido posible sólo excepcionalmente y que la teoría económica sigue plenamente vigente.
 

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