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Santos Mercado Reyes

Cómo acabar con las huelgas universitarias

Desde el momento en que la institución deja de recibir dinero del gobierno y lo recibe del alumno, cambia radicalmente su actitud.

Todos los estudiantes saben que las huelgas universitarias son una verdadera calamidad. Les hace perder el ritmo de estudio, prolonga innecesariamente el tiempo en que hacen una carrera, les da pésima imagen cuando van a pedir trabajo, provoca gastos extraordinarios a los alumnos que vienen de provincias, etcétera.
 
Para los investigadores, las huelgas son un desastre pues sus proyectos se interrumpen, los laboratorios dejan de funcionar y con ello se pierden los procesos, los animales se mueren de hambre, los microbios se vuelven incontrolables, etcétera.
 
Los profesores y demás trabajadores pagan la huelga con la mitad de sus sueldos, ya que al final se les rebaja el sueldo. No compensa lo ganado con lo perdido y los mismos sindicatos sufren con cada huelga que hacen, al perder credibilidad, confianza y liderazgo, ya que terminan aceptando la oferta inicial o si acaso con ligeras variantes.
 
El caso es que las huelgas universitarias se transforman en una batalla donde todos salen perdiendo, incluso los que aparentemente no están involucrados. Por ejemplo, la sociedad pierde porque tiene que pagar por todos los días que dure la huelga, aunque nada se produzca; el país pierde porque da la imagen de ser una tierra conflictiva cuyos profesores y alumnos se la pasan en huelga, etcétera.
 
Aun cuando una huelga universitaria tuviera éxito por ejemplo en obtener el cien por ciento de aumento, el cien por ciento de salarios y otras demandas, los alumnos salen perdiendo pues el tiempo nadie se lo recupera, la sociedad sale perdiendo porque ahora sus impuestos tienen que financiar los “logros” de la huelga y los investigadores no van a revivir sus “conejillos de indias”.
 
De modo que las huelgas universitarias tienen la paradójica perversidad de que ganen o pierdan, hacen que los otros sectores de la sociedad salgan perjudicados de alguna forma.
 
En la Universidad Autónoma Metropolitana se cuenta casi una huelga por año, algunas de muy larga duración, y el balance es negativo en todos sus aspectos. No pocos trabajadores han amenazado con quemar vivos a sus dirigentes si estalla la huelga.
 
En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) han tenido huelgas de casi un año y con ello arrojaron a la alcantarilla más de 15 mil millones de pesos y la sociedad se quedó con la idea de que no pasa nada si desaparece esa institución. La Universidad Pedagógica Nacional y la Universidad de Sonora han padecido huelgas cuyos resultados las transforman en chatarra de la educación.
 
¿Qué necesidad hay de estas huelgas? Creo que ninguna. Solo refleja la baja capacidad de los universitarios para pensar en otras formas de obtener los recursos para sus universidades. Se acostumbraron a vivir mantenidos por el gobierno, a vivir de impuestos, de las arcas de la nación. Su visión marxista les hizo creer que el rector (que es un burócrata como cualquier otro) es “la patronal”, el explotador que exprime a sus esclavos, los profesores y trabajadores, y por tanto había que organizar la guerra para acabar con la explotación. Un trasnochado discurso marxista que se mantiene en la cabeza de los dirigentes sindicales.
 
Pero los sindicatos no tienen toda la culpa. El viejo sistema autoritario estableció el sistema de subsidio directo a las escuelas y universidades. Por desgracia, padecemos de un Congreso que carece de visión para darse cuenta que todas esas huelgas se podrían evitar con otro esquema de financiación. Los diputados han preferido continuar y alimentar la figura del señor feudal que generosamente le otorga recursos a sus súbditos. De esta manera, hacen fila los rectores para implorar ante los legisladores que les den unos centavos más para que en su universidad no estalle la huelga. ¡Qué cuadro tan patético!
 
Ahora que las universidades están amenazando con hacer estallar huelgas conjuntas, es una nueva oportunidad para que el gobierno corrija, de una vez por todas, el esquema de financiación. Todo lo que tiene que hacer el Estado es otorgar el aumento solicitado pero a cambio de introducir el sistema del “voucher”, es decir, del bono educativo o del subsidio directo al alumno, como se quiera llamarlo. De tal suerte que los alumnos sean los receptores y que ellos lleven, con su propia mano, el cheque mensual a la institución donde estudian.
 
Desde el momento en que la institución deja de recibir dinero del gobierno y lo recibe del alumno, cambia radicalmente su actitud. Se acaban las huelgas, pues las universidades y sus sindicatos se dan cuenta que si cierran las puertas, los alumnos buscarán otra institución donde no hagan huelgas.
 
© AIPE
 
Santos Mercado Reyes es profesor de Economía en la Universidad Autónoma Metropolitana (México)

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