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José Vilas Nogueira

Hedor doméstico; perfume europeo

la Moncloa apesta y Zapatero, siempre tan francófilo, se ha acogido a la estrategia versallesca de mitigar el mal olor doméstico con perfume europeo

El palacio de Versalles olía muy mal. Ni el rey ni los cortesanos se bañaban. Los servicios higiénicos se reducían a unos agujeros en las estancias de los ángulos de palacio. Las reales heces y las aristocráticas heces abonaban a través de estos agujeros los jardines de palacio. Innecesario es decirlo, los jardines crecían vigorosos, pero las narices cortesanas, incluso aquellas de proporciones modestas, sufrían con aquel hedor (Cyrano de Bergerac hubiese muerto). Como el desarrollo alcanzado por entonces por el arte terapéutico no permitía a la palaciega población recurrir a un tratamiento etiológico, instauraron uno sintomático, e inventaron los perfumes. Todavía son hoy los franceses maestros en esta industria del perfume que, descubierto el baño y otros ingenios desodorantes, ha sublimado su originaria función para asumir otra de atracción sexual, como ya justificó hace muchos años Álvaro de la Iglesia, con su libro: "Qué bien huelen las señoras".
 
Insistiendo en escatologías, uno de los progresos de la civilización ha sido dotar de la máxima reserva al acto de la defecación, destinando a su práctica pequeños espacios cerrados. Ahora, en español, se ha generalizado la estúpida denominación de “servicio” para designarlos: "por favor, ¿dónde está el servicio?”, preguntamos. Y en vez de presentarse el mayordomo y el cuerpo de casa, como sería natural dada la índole del requerimiento, te indican un pequeño cuarto. O también, si estamos aquejados de megalomanía, preguntamos por el baño, cuando lo que queremos hacer es un modesto pis. Tenemos, claro, palabras más tradicionales y precisas, aunque casi ya tan anacrónicas como los mayordomos. La mejor, seguramente, la de excusado, que vehicula muy bien las connotaciones de reserva y disimulo que este acto fisiológico, por natural que sea, comporta. Tampoco está mal la de retrete, que tiene toda la pinta de haber sido originariamente un galicismo. Los franceses usan mucho la palabra "toilette", con lo cual parecen anclados en el Versalles pre-higiénico. El popular "petit coin" hace más honor a la naturaleza de la cosa. Los ingleses inventaron el "water-closet", más descriptivo de las peculiaridades del artefacto que de su funcionalidad. En español hemos economizado el "closet", con lo que cuando decimos "voy al water" parece que nos vamos a tirar a la piscina, aunque en algún lamentable caso la piscina pueda estar llena de orina. En "El discreto encanto de la burguesía", un Buñuel decadente, que mantiene el programa surrealista pero no supera ya el chascarrillo tabernario, hace defecar en comunión a sus personajes, mientras que para comer recluye a cada uno en un excusado.
 
La Moncloa no es Versalles, pero el modesto palacio madrileño hiede tanto como ha podido hacerlo el impresionante palacio francés. Zapatero, como los personajes de Buñuel defeca en común, con lo mejor de cada casa, Imaz, un día, Carod, el otro, vaya a saber usted quién, el tercero, en encuentros secretos que, cuando se descubren, pasan a ser discretos. Tan secretos-discretos son que a los dos días Rubalcaba ya no recuerda si se han celebrado. Cada uno de los defecadores, y cada uno de sus socios y familiares, da diferente versión de las conversaciones, con lo que lo único que queda claro es que se han cagado en España. Si Zapatero no es malvado, es tonto, lo que viene a ser peor, porque los malvados pueden regenerarse, pero los tontos no tienen cura (cualquier día de estos, sus socios y amigos le volarán la cabeza a alguno de sus conmilitones, pero las culpas se las llevará Aznar). Lo que son Imaz y Carod es tan conocido que no precisa mayor esclarecimiento. Total que la Moncloa apesta y Zapatero, siempre tan francófilo, se ha acogido a la estrategia versallesca de mitigar el mal olor doméstico con perfume europeo. Y así nos ha metido en un referéndum apresurado, redundante y tramposo. El deconstructor de España dice afanarse en construir Europa. Muy optimista hay que ser para suponerle esta capacidad, pero ingenuos habrá que crean sinceramente que la sedicente Constitución europea nos va a proteger contra el separatismo de los nacionalistas, y asimilados, catalanes y vascos. Cómo no nos ayudemos nosotros mismos, primero, ya podemos esperar sentados (y, si es posible, al aire libre, que las cacas progresistas huelen tan mal como las aristocráticas). El intento es de la naturaleza del que pretende curar el cáncer con aspirinas.
 
Mal puede gobernar lo grande quien no es capaz de gobernar lo más chico. La palabra economía, que hoy sugiere mayormente el mundo de los negocios y de la industria y las grandes magnitudes de la producción, distribución y consumo de los bienes (las “cifras macroeconómicas”), tiene un origen etimológico más bien modesto: el gobierno de la casa. En parecido sentido, el Derecho romano edifica su teoría de las obligaciones y el instituto de la responsabilidad civil en base al estereotipo del “buen padre de familia”. Es verdad que la casa griega y la familia romana desbordaban las nociones contemporáneas homónimas. Pero lo que interesa aquí es que ni un griego ni un romano entenderían que un individuo incapaz de gobernar su casa o familia pretendiese ocuparse del gobierno de la cosa pública. Ésta es una novedad muy socialista, que se corresponde estrechamente con la pretensión de omnisciencia, y derivada omnirregulación, típica de los secuaces de este credo. España le queda muy grande a Zapatero, por eso le seduce la idea de dividirla. Pero, como los cuerpos muertos hieden quiere tapar el hedor con perfume europeo, mayormente francés, y se lo ha comprado a Chirac, que es inmune a gripes y malos olores.
 
La higiene, estúpido, y no el perfume, libera del hedor.

José Vilas Nogueira es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Santiago de Compostela

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