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Fundación Heritage

Entre una estrategia para ganar o perder

En el siglo XX, Estados Unidos ganó sus guerras contra el fascismo europeo y asiático, en parte porque no había estrategia de salida. En realidad, décadas después, las tropas americanas siguen estacionadas tanto en Europa como en Asia

Clifford D. May

Cuando un político o un periodista habla de una "estrategia de salida" en Irak, sólo hay una respuesta adecuada: "Suspire y váyase de la habitación"
 
Imagine a algún senador o periodista durante la Segunda Guerra Mundial preguntándole a Roosevelt y a Churchill que definiesen su "estrategia de salida" de Europa y del Pacífico. Probablemente ni siquiera se hubiesen dignado a contestar la pregunta. O si lo hubiesen hecho, habrían dicho: "Tenemos una estrategia para la victoria. La alternativa sería una estrategia para la derrota. ¿Le parecemos derrotistas a usted?"
 
En realidad, los líderes de la alianza anglo-americana no han hecho ningún esfuerzo por encontrar una fórmula para traer a las tropas de vuelta rápidamente, al precio de, digamos, dejar a Hitler al mando de sólo unos cuantos países del centro de Europa.
 
Por el contrario, el precio que Alemania y Japón pagaron por haberse convertido en enemigos de Estados Unidos fue que tuvieron que escoger entre "rendición incondicional" o destrucción catastrófica.
 
Pero unos años después sí que aceptamos un sustituto de la victoria en la Guerra de Corea. La consecuencia: Más de medio siglo después, estamos amenazados por un déspota de segunda generación, encabezando un régimen que ha estado fabricando armas nucleares y exportando tecnología nuclear a aquellos que nos desprecian.
 
En Vietnam, también tuvimos una estrategia de salida: la imagen que me viene a la mente es de helicópteros evacuando americanos desesperadamente del techo de nuestra embajada sitiada en Saigón. Después de que nos fuésemos, millones de vietnamitas también salieron, no usando helicópteros sino pateras destartaladas. Un número indeterminado de personas murieron en esos mares infestados de tiburones.
 
La guerra fría, o sea la Tercera Guerra Mundial, la ganamos, a pesar del hecho que la mayor parte de la clase política encargada de asuntos exteriores en Washington quería que nos mantuviésemos al margen de cualquier confrontación seria con el comunismo. Pero otros, por ejemplo el Senador Henry “Scoop” Jackson y el Presidente Reagan, prefirieron empujar hasta que la Unión Soviética cayó.
 
Hoy en Irak, Estados Unidos y sus aliados están peleando contra dos enemigos. El primero es lo que queda del régimen baasista de Sadam Hussein, aquellos que no fueron ni "sorprendidos" ni "conmocionados" (en referencia a la Operación Shock and Awe) por la invasión de 2003. Está claro que nos equivocamos por permitirles huir y reorganizarse, presumiblemente usando a la vecina Siria, otro régimen baasista, como refugio seguro.
 
Si gracias a una salida prematura, estos carniceros (de iraquíes, iraníes, kuwaitíes, israelíes y americanos) volviesen al poder en Bagdad, sería una gran derrota para Estados Unidos y para el mundo libre.
 
También estamos peleando contra las fuerzas de Abu Musab al Zarqaui, designado por Osama bin Laden como el general máximo de Al Qaeda en Irak. Si los americanos se fuesen de Irak dejando que al Zarqaui se quedase, representaría algo así como nuestro Waterloo en la guerra contra el terrorismo.
 
Todo esto que parece bastante evidente, no lo es así para el senador Ted Kennedy, el director de cine Michael Moore y otros del estilo "Échele la culpa a Estados Unidos primero" que están pidiendo una estrategia de salida. Una búsqueda en el Lexis-Nexis nos dice que el término ha sido usado más de mil veces sólo en el último mes.
 
¿Es posible que, a pesar de todo lo que ha pasado, todavía haya gente que no esté convencida que Estados Unidos debe luchar contra aquellos que han le declarado guerra y que le han atacado repetida y despiadadamente?
 
Richard Clarke, el anterior consejero sobre terrorismo de la Casa Blanca bajo la presidencia de Bill Clinton y de George W. Bush, acaba de comenzar a escribir una columna en la revista del New York Times. En su primera aportación, Clarke argumentaba que la política de Bush de "más democracia no significará menos terrorismo", Y tiene razón si promover democracia fuese todo lo que esa política conlleva. Pero acompañada de un esfuerzo serio para socavar los regímenes que patrocinan el terrorismo, dando una cura de humildad a los cabecillas terroristas y matando o capturando a determinados terroristas hace que haya por lo menos la oportunidad de triunfar.
 
Acerca de la necesidad de semejante tipo de lucha, Clarke no tuvo nada más que agregar en su columna, excepto...¡ah sí! dijo que: "Para muchos en el mundo islámico, Estados Unidos es asociado con hechos semejantes como haber hecho inhabitable una ciudad de 250.000 personas como Faluya".
 
Ha leído usted bien. Clarke no ha tenido una sola palabra reprendiendo a los terroristas que se apoderaron de Faluya, instalaron cámaras de tortura y ejecutaron sumariamente a todo aquel que se les opusiese. No, para Clarke, el error ha sido que las tropas americanas hayan luchado contra los terroristas en Faluya, causando lo que Clarke cataloga como "enorme resentimiento".
 
En el siglo XX, Estados Unidos ganó sus guerras contra el fascismo europeo y asiático, en parte porque no había estrategia de salida. En realidad, décadas después, las tropas americanas siguen estacionadas tanto en Europa como en Asia. Si Estados Unidos quiere ganar la guerra del siglo XXI contra el fascismo islámico, quizá sus fuerzas armadas tengan que quedarse en Irak, Afganistán y otros lugares más. ¿Por cuánto tiempo? Creo que Roosevelt y Churchill dirían: "Por lo que haga falta". O como Churchill sí afirmó: "Nada de arriesgar el objetivo principal, no hay paz sin victoria ni pacto con el mal impenitente".
 
Si usted está de acuerdo, la próxima vez que cualquiera hable de una "estrategia de salida", diríjase hacia donde diga "Salida".
 
©2005  Scripps Howard News Service
©2005 Traducido por Miryam Lindberg
 
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Foundation for the Defense of Democracies, un instituto político especializado en terrorismo.
 
Libertad Digitalagradece al Sr. May y a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.

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