A pocos les cabe duda en Europa y Oriente Medio de que la mano pecadora de Bachir El Assad, Baby Assad para los íntimos, estuvo tras el asesinato de Rafik Hariri. El potentando líbano-saudí fue primero ministro con el permiso de Damasco y después decidió oponerse a la ocupación siria (20.000 soldados desplegados en un país que prácticamente no tiene ejército y sólo bandas armadas) semanas después de que americanos y franceses se pusieran de acuerdo en el Consejo de Seguridad para exigirle a Siria que desalojara sus tropas del Líbano.
La retirada siria ha servido de prenda para la reconciliación Bush-Chirac en una cena con velas. Y Chirac, que manda mucho en Madrid, le sugirió a Zapatero que se uniera al pelotón y pidiese también la salida de los soldados sirios del país de los cedros. Es una forma, tal vez le dijo a ZP, de reconciliarte con el jefe del imperio. Pero no. Parece ser que a Bush la tardía solidaridad de Zapatero le importa un pito y así se lo hizo saber en el seco saludo que intercambió con el presidente español en el Consejo del Atlántico Norte.
A ZP, lógicamente le interesan un pito las buenas o malas relaciones con Siria, una de las dictaduras más sangrientas del mundo árabe y por eso creyó que era gratis apoyar a franceses y americanos en este asunto. A José María Aznar sin duda le hubiera costado más esfuerzo: no en vano invitó a Madrid a Bachir El Assad, presentado como un joven líder que iba a traer la democracia a su país. Todo quedó después en agua de borrajas y Siria sigue siendo lo que fue durante muchos años con Hafed El Assad, el padre del actual dictador: una satrapía clánica, dirigida por una dinastía militar y hereditaria. Claro que Aznar ya no está en la Moncloa.
