Menú
Pablo Molina

Zapatero, el telépata

Y ese es precisamente el problema de ZP, un adolescente intelectual dispuesto a pagar peajes emocionales al sector más arriscado de sus votantes, sin tener en cuenta las consecuencias prácticas que toda decisión de gobierno acarrea

De todas las reseñas periodísticas del encuentro del pasado martes de ZP con Bush, la de mayor enjundia intelectual es, sin lugar a dudas, la que El País ofreció a sus lectores. Según el diario del grupo PRISA, a lo largo de los cuatro segundos que duró esta densa reunión de trabajo, Zapatero fue capaz de “detallar ante Bush el incremento de la ayuda española a Irak y Afganistán”. Es asombroso lo que una mente bien entrenada puede llegar a transmitir telepáticamente en un lapso de tiempo tan breve; de hecho nuestro presidente, como explica El País, fue capaz de pormenorizar los detalles de la política exterior española en el tiempo que se dice “hola, ¿qué tal amigo?”.
 
Mas, aunque nuestro presidente considere “razonable” reducir las relaciones institucionales con la primera potencia del mundo a un saludo furtivo en mitad de un pasillo —quizás tras largos minutos de espera cautelosa emboscado entre la elite política de Occidente—, a nadie se le escapa que el resultado inexorable de esta nueva forma de (no) entender la política exterior, es el deterioro de la imagen de España en el escenario internacional y su deriva hacia los estadios de la insignificancia institucional. Es lo que pasa cuando alguien llega a la más alta magistratura del gobierno, esgrimiendo los tópicos más rancios de la visión progre del mundo como único equipaje doctrinal. El antiamericanismo asilvestrado es una costra intelectual muy común entre nuestros adolescentes —el adoctrinamiento de una educación pública, víctima de la pedagogía marxista consagrada por la LOGSE, provoca estas secuelas—, pero cuando se convierte en el eje cardinal de la política exterior de un país moderno, tiene un coste en términos políticos que su responsable ha de estar dispuesto a asumir.
 
Y ese es precisamente el problema de ZP, un adolescente intelectual dispuesto a pagar peajes emocionales al sector más arriscado de sus votantes, sin tener en cuenta las consecuencias prácticas que toda decisión de gobierno acarrea, y que al final del camino, aterrorizado por el ninguneo que provoca su mala conducta, no tiene reparos en caer en el mayor de los ridículos intentando arreglar el desaguisado con actitudes serviles, que en nada contribuyen a mejorar nuestra imagen de país serio, por no hablar de la afrenta que estas escenas de vodevil suponen a nuestra Historia.
 
Franceses y alemanes, como ZP, defendieron posiciones furibundamente antiamericanas con motivo de la guerra de Irak, pero tanto unos como otros tenían poderosas razones comerciales para alargar la supervivencia del régimen de Sadam Hussein. España no. Por otra parte, solventada la crisis, Francia y Alemania han seguido haciendo gala del rigor que exige la alta política y reconstruido sus lazos trasatlánticos. Zapatero, por el contrario, ignorante de la importancia de los tiempos en lo político, siguió transitando alegremente la senda del pacifismo a la europea, profundamente “antiimperialista”, invitando a la traición a cuantos quisieran escucharle.
 
En este contexto, el triste papel de ZP ha sido convertirse en el típico invitado molesto de la boda, con el que nadie quiere mezclarse para no disgustar al anfitrión. Y por si todo esto fuera poco,Curro Metternichsigue convencido —¡sinceramente!— de que nuestro futuro en la escena internacional escada vez más esplendoroso.Et parturiunt montes ridiculus mus.

En Internacional

    0
    comentarios