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Jorge Vilches

Monsieur Sapatego, l’orateur

Los mismos que llamaban a Aznar “súbdito de EEUU” cuando habló al Congreso de EEUU en febrero de 2004, o se reían de su inglés, ahora baten palmas porque Zapatero ha pronunciado algunas palabras en la Asamblea francesa

La visita de Zapatero a la Asamblea Nacional francesa ha querido cumplir varios objetivos. El primero de ellos era corresponder al apoyo de Chirac en la campaña del referéndum sobre el tratado constitucional pronunciando un discurso que, en el país vecino, sostiene sobre todo la derecha. La diferencia con la visita del presidente francés ha estado en que al español sólo le ha recibido Raffarin, marcando la importancia secundaria de su presencia. Y a partir de aquí, las palabras del presidente español sólo tienen claves de política interna. Zapatero quería reforzar sus consignas nacionales: la España plural, el europeísmo francófono y un antiamericanismo ya démodé. ¿A qué venía alardear de la retirada de las tropas españolas de Irak?
 
Pero no hay acto político sin imagen. La campaña se ha puesto en marcha. La presencia de ZP en la Asamblea nacional demuestra, dicen los medios gubernamentales, el éxito de la concepción socialista del nuevo orden internacional. Es más, ahora se sostiene que la falta de comunicación con EEUU ha dejado de ser un problema porque la relación ya no será directamente con España, sino con la UE. Esto es, que el gobierno español podrá combinar los insultos con las torpezas y las genuflexiones de pasillo, en esta coherencia antropológica que le caracteriza, sin temor a represalias estadounidenses. Ni siquiera habrá que rendir el tributo lógico de cesar a Moratinos. No importa; ya se encargará Javier Solana de evitar males mayores.
 
Los mismos que llamaban a Aznar “súbdito de EEUU” cuando habló al Congreso de EEUU en febrero de 2004, o se reían de su inglés, ahora baten palmas porque Zapatero ha pronunciado algunas palabras en la Asamblea francesa. La comparecencia es honorable en sí, pero la hacen digna la forma y el fondo del mensaje. En este caso, las formas de Zapatero no son para sentirse orgulloso, mientras que sus palabras son tan grandilocuentes como huecas. ¿Quién puede estar en contra de sentencias y propósitos como “compromiso de fraternidad”, “identidad social de la UE”, “Europa es la solución”, “el diálogo cívico y democrático", o "la capacidad de escuchar debe ser tan importante como la de hablar"?
 
Zapatero quiere ser el gran orador de la democracia española, más admirado por la musicalidad de sus palabras que por el contenido, y de ahí su frase castelarina: “La España del castellano es grande, pero lo es más con la del catalán, el gallego y el euskera”. Sin entrar en su vacuidad, recuerda –pido perdón– al Castelar de “Grande es el Dios del Sinaí, pero más grande es el Dios del Calvario”. Claro que, dispuestos a nombrar a Víctor Hugo, como ZP, bien le habría valido al presidente socialista conocer lo que el escritor francés le dijo a Castelar: “Si no fuera francés, querría ser español”. A lo que el republicano español contestó: “Pues yo si no fuera español… querría serlo”. Ahora, una respuesta como ésta, no estaría en lo políticamente correcto.

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