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La reforma del Islam: un tortuoso camino

La democracia no es un mero mecanismo de toma de decisiones, es una expresión cultural que requiere de sólidos principios compartidos por la mayoría.

Con toda la razón, en Estados Unidos celebran el éxito de las elecciones en Iraq y su formidable efecto de contagio en el conjunto del Islam. Se habla incluso del inicio de una “nueva ola” democratizadora, siguiendo la terminología establecida en su día por el prof. Huntington. El optimismo es ahora mayor sobre el éxito de la “gran estrategia” norteamericana para las próximas décadas, la Iniciativa para la Transformación del Amplio Oriente Medio y Norte de África. Tan cierto es esto como que los gobiernos salidos de las urnas tienen un indudable sesgo islamista, que no puede por menos que preocupar a funcionarios y analistas.
 
Turquía no acaba de llegar a la democracia, pero es el faro del Islam modernizador, el modelo en el que los demás se miran. Cuando ha llegado el momento de afrontar la entrada en la Unión Europea, el gran sueño de sus elites modernizadoras, los turcos han optado por un gobierno “islamista moderado”, una perfecta contradicción en sus términos, pero que respeta las instituciones y avanza con aparente decisión hacia los objetivos establecidos por los partidos tradicionales.
 
En Afganistán la democracia da sus muy primeros pasos tras siglos de autoritarismo y años de guerra y barbarie. Carecen de tradición, pero ansían vivir en paz, disfrutar de un cierto bienestar y aprender a convivir. Su voluntad de ir a votar en condiciones de riesgo fue un maravilloso ejemplo para los millones de personas que dan por sentada la estabilidad de la democracia en sus países de origen. El candidato preferido por Occidente accedió a la presidencia... pero al final la Constitución y la nueva legislación buscan arraigarse en el Corán y en la tradición.
 
En Iraq el nuevo parlamento ha elegido ya a su Presidente de Gobierno, el doctor Ibrahim al-Ushaiqir, más conocido por su nombre de guerra, Ibrahim abd al-Karim Hamza al-Jafari. Un árabe de distinguida familia, descendiente del profeta y con antepasados que demostraron su valor rebelándose contra el dominio turco. Militante del partido Dawa, fundado por el ayatolá al-Sadr - quien fuera asesinado por Sadam Hussein y padre del insensato mulá Muqtada al-Sadr-, Jafari es un islamista que encabeza una de las dos alas del partido, la posibilista, aquella que acepta la necesidad de respetar a los otros grupos y credos de Iraq, la que rechaza la doctrina vigente en Irán, que precisamente da sentido al ala más radical del partido. Al-Jafari coincide en lo fundamental con la escuela teológica representada por el gran ayatolá Alí al-Sistani, un iraní que rechaza el modelo iraní y acepta la diversidad de Iraq. Jafari conoce Occidente, de hecho su residencia está en Londres, donde continúan viviendo su mujer y sus cinco hijos. Su gobierno buscará el consenso. Se opuso a la invasión norteamericana tanto como ahora se opone a la retirada de las tropas extranjeras. Un hombre pragmático que tratará de asentar la nueva legalidad sobre el Corán, al mismo tiempo que buscará la reconstrucción y modernización de su país.
 
¿Son estos ejemplos, como otros muchos que les sucederán, la prueba de un fracaso? En nuestra opinión, la respuesta es no.
 
Cuando una sociedad tiene que enfrentarse a una situación difícil, que pone en peligro su marco cultural de referencia, la tendencia natural es volver a las raíces, es agarrarse a las creencias básicas. Un cambio acelerado que ignore los sentimientos, principios y valores fundamentales de una sociedad, corre un altísimo riesgo de fracasar. Más aún, de provocar una reacción fundamentalista. La democracia no es un mero mecanismo de toma de decisiones, es una expresión cultural que requiere de sólidos principios compartidos por la mayoría. A lo largo de la historia hemos visto cómo las religiones han aportado a las sociedades esos principios, que se han mantenido vigentes aún cuando los ciudadanos han evolucionado hacia el laicismo. La primera revolución democrática, la norteamericana, fue el resultado de la afirmación de un conjunto de iglesias cristianas que trataban de establecer un estado acorde con sus ideales lejos de la corrupta Europa. El Islam tiene que jugar un papel parecido. La democracia no puede imponerse contra él, sino a partir de él.
 

La formación de gobiernos “islamistas moderados” y la tendencia a legislar sobre la ley islámica no son buenas noticias, pero tampoco son un desastre. Cada sociedad tiene que andar su propio camino hasta llegar a la democracia y lo tiene que hacer desde su propia historia e identidad. No esperemos líneas rectas ni trayectos rápidos. Lo importante es que se han puesto en marcha.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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