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Pablo Molina

ZP en la cuna del soufflé

lo terrible sucede cuando sale a pontificar por esos mundos de Dios, pues entonces, la negra mano de Moratinos se revela en todas y cada una de las líneas de las alocuciones presidenciales

Desde que está al frente del gobierno, los discursos domésticos de Zapatero suelen ser un catálogo simplón de enunciados grandilocuentes, inspirados en los tópicos mas esenciales de la visión progre del mundo.  Es lo normal en un señor que luce como timbre de honor haber pasado la mayor parte de su vida apretando botones en un parlamento, algo a lo que en España, por otra parte, ya casi nos hemos acostumbrado. Sin embargo, lo terrible sucede cuando sale a pontificar por esos mundos de Dios, pues entonces, la negra mano de Moratinos se revela en todas y cada una de las líneas de las alocuciones presidenciales, sirviendo de catalizador al batiburrillo de ideas del que se nutre el pensamiento político de ZP. El discurso del Presidente del Gobierno de España en la Asamblea Nacional Francesa, el pasado uno de marzo, es un ejemplo perfecto del carácter nocivo de esta conjunción intelectual. Y un adelanto de lo que nos espera en el futuro.
 
La insolvencia del redactor del texto se observa ya en el primer párrafo —declamado por ZP con un francés muy particular— en el que, a excepción de Víctor Hugo, se cita a los fracasados de la revolución de 1848, que trajo a Napoleón III, quien, por cierto, les envió al exilio. Lamartine era por entonces un poeta que frisaba con los 60 años y a quien se utilizó, por su prestigio, para proclamar la II República. Entre sus manías se contaba la de no querer ni oír hablar de Blanc —ZP amontona a los dos en la misma línea—, un extravangante socialista de buenas intenciones al que envió al Palacio de Luxemburgo para que no molestara, pues para Lamartine el “derecho al trabajo” y demás ideícas del Ministerio del Progreso y del Trabajo, que con tanta solemnidad celebra Zapatero, no dejó nunca de parecerle una ingenuidad peligrosa. Del ambicioso programa colectivista de Blanc, sólo le fue dado organizar los llamados Talleres Nacionales, cuya mayor realización fue mantener ocupados a los parados de París, a quienes se ordenaba cavar zanjas que otros habían de rellenar después. Como puede verse, fue aquella la primera versión del INEM.
 
Por otra parte, Zapatero demuestra tener una visión LOGSE de la historia constitucional francesa, pues ignora que detrás de la II República de esos diputados “cuarentayochistas”, tan caros a nuestro presidente, están los liberales doctrinarios, cuyos sucesores inspirarán más tarde también la tercera experiencia republicana. En cuanto a la influencia en España del constitucionalismo francés, ZP acredita, sin que nadie se lo pida, que fue un doctorando mediocre (sus cuatro saberes político-jurídicos debió aprenderlos en un Catón vulgar), pues las ideas francesas pudieron impregnar la ideología, pero nunca la obra constitucional española como él afirma.
 
La brillante historia a la que alude más tarde, en referencia a la Revolución de 1789, es también la historia del Terror y de la persecución religiosa —en realidad fue el primer ensayo general del totalitarismo moderno—, pero eso no entra en su cabeza masona, pues en ella sólo tienen cabida los fines, tal y como fueron enunciados por los protoingenieros sociales, sin importar el precio en sangre que los experimentos revolucionarios siempre acaban cobrándose.
 

Citar a Malraux, que venía a España a tirar bombitas cobrando por horas, es una gran cursilada (el equipo redactor habitual debería cuidar estos detalles) y situar a Machado —“uno de los preferidos de mi generación”— como su poeta de referencia es, además de escasamente original, una falsedad, pues la Generación ZP sencillamente no tiene a D. Antonio como autor de cabecera.

Para acabar de arreglar el desaguisado estético, ZP vincula, en su viaje acelerado por el pensamiento progresista, a la Enciclopedia con, digamos, “Ediciones Ruedo Ibérico”, desconociendo sin duda que fueron precisamente los enciclopedistas los que sentenciaron que España no había aportado nada a la Historia Universal. Y en el fondo eso es lo que seguirán pensando desde ahora, pues la nadería de ZP como presidente los confirmará en su presunción. Quizás sea esta la clave de la sorna del redactor de Le Figaro en su reseña —“en la tribuna del hemiciclo, el joven dirigente español tenía la apariencia de un adolescente tardío, tímido e inseguro”—, o de la escasa atención que su discurso suscitó entre los diputados, algunos de los cuales aprovecharon la comparecencia para concentrarse en sus lecturas atrasadas.
 
Y en cuanto al “derrumbe de los grandes proyectos ideológicos”, es de suponer que el presidente aludía al socialismo en sus dos variantes, internacionalista (comunismo) y nacionalista (nazifascismo), aunque ZP debería acostumbrarse a citarlos expresamente, no sea que alguien crea que se está refiriendo al neoliberalismo opresor.
 
El resto de la pieza no es más que una reiteración de la producción teórica habitual de ZP (alianza de civilizaciones incluida; que ya hay que ser pesado), aunque la próxima vez que evoque a Francia como la “patria de refugio de los republicanos españoles frente al fascismo”, alguien debería explicarle los detalles del trato fraternal, que el gobierno del Frente Popular Francés dispensó a sus compañeros del otro lado de los pirineos en los campos de concentración del sur del país. Bien está cavilar sobre alianzas de civilizaciones o especular sobre la paz perpetua, pero para ello no es necesario ofender a los muertos intentando halagar a quien tanto los despreció. 

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