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Guillermo Rodríguez

iPod-dependencia

El iPod es, sobre todo, una ingente máquina de hacer dinero. Para Apple, como es lógico, pero para también para otros negocios.

Caminar por Nueva York es hacerlo por un paisaje de color verde, amarillo y blanco: el verde de las cafeterías Starbucks, el amarillo de los taxis y el blanco... de los iPod. Resulta sorprendente comprobar hasta qué punto los reproductores digitales portátiles de Apple han tomado las calles neoyorquinas. Es cierto que un buen número de ciudadanos utiliza dispositivos de otras marcas, pero el color blanco de los auriculares del iPod predomina sobre el resto de forma abrumadora. El iPod ha pasado en pocos meses de ser un artículo de distinción social a uno de utilización masiva en Estados Unidos, hasta el punto de que muchos usuarios han optado por sustituir los auriculares blancos por otros de color negro. No quieren equipararse con la masa.
 
Apple ha conseguido un éxito por partida doble: por un lado, que las ventas de iPod se disparen hasta los 4,58 millones de unidades en el último trimestre, haciéndose con una cuota de mercado del 63,5 por ciento. Y por otro, mucho más importante, que los compradores se sientan plenamente satisfechos de su adquisición. Entre otras cosas porque el iPod fulmina la Ley de Murphy según la cual "un programa de ordenador siempre hará lo que usted le diga que haga, no lo que usted quiera que haga". El reproductor de Apple no es un programa informático, pero a contracorriente de lo habitual, sí satisface los deseos de sus usuarios. Incluso los supera. Hace lo que quieren que haga.
 
Todas las personas que sientan un mínimo placer en escuchar música –ya sea cuando viajan en metro, autobús o avión, cuando se encuentran en el gimnasio o en la intimidad de la habitación– deberían comprarse un iPod. De hecho, la única  barrera que impide su adquisición –el prohibitivo precio de las gamas más altas– pierde altura a medida que pasan los meses. Las últimas rebajas aplicadas por Apple en la casi totalidad de sus dispositivos contribuirán, sin duda, a incrementar las ventas. No otra decisión se esperaba de la compañía de la manzana, sobre todo si se repara en que, a día de hoy, son su principal fuente de ingresos.
 
Porque el iPod es, sobre todo, una ingente máquina de hacer dinero. Para Apple, como es lógico, pero para también para otros negocios: acaba de inaugurarse una tienda en California donde sólo se comercializan artículos relacionados con los iPod. Al día factura 4.000 dólares con la venta de 14 modelos y más de cien accesorios. En cifras mucho mayores se mueven otras compañías con su negocio íntimimante relacionado a los reproductores blancos. La firma Synaptics ha incrementado su valor en Bolsa en el último año impulsado por la fabricación de la magistral rueda de los iPod y por ser la responsable de la interfaz en los modelos mini de 6 GB, en los de 30 GB y en el iPod photo de 60 GB. PortalPlayer lanzó su Oferta Pública de Venta de acciones en noviembre. Desde entonces sus títulos han subido un 15 por ciento por fabricar los procesadores de los iPod e Ipod mini. Audible, que desarrolla la tecnología que permite descargar audiolibros en el iPod, también ha sacado tajada con el invento de Apple: solo el año pasado sus acciones ganaron un 145 por ciento.
 
Y así.
 
Pero, como en todos lados, el bien de unos conlleva el mal de otros: las ventas de los dispositivos de Apple también influyen (a la baja)  sobre las de los reproductores musicales tradicionales. En menos de diez años hemos asistido a la muerte del tocadiscos. Ahora afrontamos la de los equipos de CD. Y es que, ¿quién quiere un elefante musical pudiendo utilizar un maravilloso reproductor liliputiense?

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