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Amando de Miguel

Variaciones regionales

Aunque se hable aquí de lengua común, el castellano admite numerosas variaciones regionales e incluso locales. Suponen todas ellas una gran riqueza. Por lo menos hacen al idioma vivo. Agradezco mucho a los visitantes de este corralillo las informaciones sobre su habla particular.
 
Hay un grupo de canarios que enriquecen de vez en cuando este corralillo con sus dichos tan floridos. Antonio Santana señala que en Gran Canaria “el mercado se designa universalmente como la plaza (así, sin más), mientras que en Tenerife se usa el arcaismo la recoba. Y le reto a adivinar en qué consiste tomar jarabe de pírgano”. Entiendo que lo de designar al “mercado” como plaza no es solo un dicho canario. Mi madre siempre ha empleado ese término de plaza; quizá sea corriente en San Sebastián (Guipúzcoa). Lo de recoba no lo he oído nunca, pero en los pueblos de Castilla el recobero es el mercader ambulante de huevos. Supongo que el oficio está periclitado. Ahora los huevos se producen en una especie de falansterios gallináceos. Respecto al misterioso pírgano, me rindo. Espero que algún canario me aclare el enigma.
 
Recibo docenas de iméils por parte de curiosos valencianos que me relatan el origen de la expresión “quedarse a la Luna de Valencia”. Con ligeras variantes vienen a coincidir en el mismo argumento. Los arrieros debían llegar a las puertas de la ciudad de Valencia antes de que se pusiera el Sol, pues entonces se cerraban las puertas y se quedaban sin posada, “a la Luna de Valencia”. Me llama la atención tanta unanimidad. Alguien ha contado con éxito esa historia. Desgraciadamente, no es la única. Hay otras versiones que recoge José María Iribarren. En Valencia “la Luna” era la playa, porque presentaban esa forma. Antes de que existiera un puerto decente, las barcas recalaban en la playa. Pero si la mar estaba picada, los viajeros no podían desembarcar y se quedaban a verlas venir, “a la Luna de Valencia”. La versión más verosímil es que la expresión “dejar a la Luna” era típica del lenguaje de germanía, equivalente a dejar a alguien sin blanca, sin dinero. Así se emplea en algunas novelas picarescas. Añado que el factor común de todas las historias es el desamparo que supone dejarle a uno “a la luz de la Luna”, es decir, a la intemperie. El que la Luna sea de Valencia hace poco al caso, pero así quedó en el habla popular.
 
Francisco Cacharro Gosende (Lugo) se pregunta cómo es que en las encuestas de Galicia la gran mayoría de los consultados dicen que el gallego es su lengua preferente. Él observa que el castellano es dominante en las ciudades. Así lo determina la lengua en que se escriben los periódicos. He realizado una encuesta sobre el uso de las lenguas en Álava y resulta difícil determinar cuál es la lengua de uso. Hay que hacer muchas preguntas diferentes. En Galicia he observado que algunos actos oficiales se desenvuelven en gallego, pero luego en los corrillos espontáneos se impone el castellano. Toda la vida han convivido ambas lenguas. Alfonso X el Sabio hablaba en castellano, pero los poemas los escribía en gallego.
 
Paco Rivas (residente en Suecia pero natural de Granada y recriado en Málaga) me envía una larga misiva contándome sus andanzas y divertidas observaciones sobre el habla granaína y malagueña. No quiero recordarle lo de “señores de Córdoba, señoritos de Sevilla y gente de Málaga”. Me comenta don Paco las excelencias de la expresión “mala follá granaína”, que es, a la vez, cosa buena y cosa mala, según la intención con que se pronuncie. Entiendo que estamos ante la cúspide de esa maravilla que es la ambivalencia del lenguaje. Sea por muchos años. Otro ejemplo que proporciona don Paco: la voz chungo. En Málaga se asocia a que algo va mal y en Granada a que algo va bien. Si se me permite, añado una irreverencia, que no es tal. En la parla popular, decir “¡es la hostia!” puede equivaler a que algo es pésimo o que es óptimo. Todo depende, una vez más, de la entonación. Los signos de admiración pueden ser de lamentación. Termina don Paco con unos sabrosos comentarios sobre la vida en un país protestante. Espero que su nostalgia de la patria se atempere a través de esta ventanita internetera (si los puristas digitales me lo permiten).
 
A propósito de chiquichanca (= guardagujas), dudaba yo de la versión de un guardagujas como una persona simple y sin muchas luces. Pues bien, Antonio Moro Espejo (Castilleja de la Cuesta, Sevilla) aduce que en Sevilla circula el dicho: “Eres más torpe que una guardagujas”. Reconozco que es un buen argumento en mi contra. Pero soy tozudo. Pregunto: ¿no será que esa expresión sea la clásica antífrasis de los sevillanos? Es decir, en el fondo se sabe que un guardagujas tiene que ser un tipo perspicaz. Puede que incluso haya un cierto resentimiento contra el oficio de guardagujas, una persona que parece que no trabaja y cobra un bonito sueldo. En la misma línea estaría lo de “ser más vago que la chaqueta de un guarda”. ¿No será un guardagujas? Por cierto, la acción de guardar en el guardagujas no es tanto la de “custodiar” como la del arcaísmo “mirar, estar atento”. Ambas acciones están relacionadas, pero en el castellano actual hemos perdido la segunda acepción, que es un italianismo.

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