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Cristina Losada

Conformismo a la gauche

Hoy, ser de izquierdas no requiere de aquellos compromisos que acompañaban en otro tiempo a esa opción. Hoy basta la etiqueta. Ésta ha sustituido al contenido. Y es que ya no hay, en rigor, contenido

No es tan fiera la Universidad como la pintan y se pinta. Aunque al entrar en algunas facultades uno tenga la impresión de que sigue vivo el mitificado espíritu del 68. Y a pesar de que en encuestas como la publicada días atrás por la Fundación BBVA, los estudiantes se definan en su inmensa mayoría de izquierdas y centro-izquierda. Basta fijarse no en lo que los estudiantes dicen que son, sino en lo que dicen de ellos sus actitudes y proyectos vitales y profesionales. Y lo que eso dice es que los universitarios son de izquierdas, pero conformistas. Paradoja aparente que se resuelve si en lugar de “pero”, se pone “luego”.
 
Los universitarios se sienten muy satisfechos con la vida que llevan. Podría interpretarse como signo de equilibrio y madurez, cualidades algo insólitas a esas edades. Pero si se toma por lo que es, revela conformidad con su situación. La gran mayoría vive con sus padres y se ve que eso no es motivo de insatisfacción. Se deduce que no valoran la independencia lo suficiente como para hacer frente a las incomodidades y penurias que supondría vivir por su cuenta. Y que no desean asumir las responsabilidades que conlleva. Ni la independencia ni la responsabilidad parecen valores en alza. El confort, sí.
 
Uno de cada cuatro universitarios otea como horizonte profesional deseable el ingreso en el funcionariado. Tampoco la ambición profesional, el espíritu emprendedor, la competencia como acicate para el desarrollo personal y la disposición a asumir riesgos y hacer cambios, constituyen valores arraigados. Muchos universitarios, en fin, son poco aventureros y quieren seguridad. Y les atrae la que proporciona el paternal regazo del Estado. Como siempre ha sido aquí.
 
La institución en la que más confían es la Universidad. Ello dice mucho del sentido crítico de esa mayoría. Si no lo aplican a lo que más conocen y padecen, ¿a qué? Son críticos con la globalización, con los Estados Unidos, con las multinacionales y con la Iglesia católica. Esta última es la institución en la que menos confían. Pero sin el papel, discutible pero histórico, de ella y de otras instituciones religiosas, la Universidad no habría existido. Se intuye que el universitario de hoy tiene escaso aprecio por la cultura y la civilización de la que forma parte. Una civilización que ha sido modelada por Grecia, Roma y el cristianismo. Puede incluso que desconozcan tales hechos. Deberían confiar menos en la enseñanza que se les imparte.
 
La satisfacción, el confort, la seguridad, la confianza en la Universidad, se contradicen a simple vista con la orientación política e ideológica que declara la mayoría. Pero no es así. Hoy, ser de izquierdas no requiere de aquellos compromisos que acompañaban en otro tiempo a esa opción. Hoy basta la etiqueta. Ésta ha sustituido al contenido. Y es que ya no hay, en rigor, contenido. El frasco de la izquierda se ha quedado vacío y la etiqueta es todo lo que permanece.
 
Y es ésa una etiqueta de gran poder. Mágica. Anuncia un producto inexistente, que sin embargo le hace a uno creer que está en el bando de los buenos. O sea, le proporciona confort moral sin pedir nada a cambio. Y la comodidad, aquello tan burgués, es valor en alza. Puesto que la etiqueta se ha convertido en marca dominante en la Universidad, también resulta cómodo llevarla para no desentonar. Y como en España la marca domina también más allá, se vuelve pasaporte para el confort material. Uno tiene más futuro con esa pegatina en la solapa. Ya que la izquierda es la que más engorda el aparato estatal, las oportunidades para hacerse burócrata, sueño de tantos, con ella se multiplican. Conformistas, sí, pero tontos no son los universitarios.

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