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Y ahora Kirguizistán

La democracia en tales tierras puede ser una delicada flor de difícil aclimatación. Razón de más para que lo que dicen apreciarla pongan toda la carne en el asador para sacarla adelante

Cada movimiento político es de su padre y su madre, y nadie hace una revolución simplemente para no ser menos, pero el entorno cuenta, las ideas se difunden y el ejemplo cunde, mostrando que es posible lo que antes nadie esperaba. En la cultura política kirguicia, donde los clanes pesan mucho y el localismo todavía más, hay muchos genes sociales ajenos a la democracia que pueden echar a perder una maravillosa oportunidad de plantar una semilla democrática en el medio de Asia Central, en la frontera oeste de China. Los saqueos de los últimos días son un mal presagio.
 
Pero el movimiento de protesta, aunque otras motivaciones más arcaicas puedan bullir debajo, ha sido en contra de la manipulación de las elecciones, de la corrupción del poder, por un gobierno responsable, unas elecciones limpias, por la democracia en suma. Hasta qué punto los exaltados discursos de Bush resuenan en las gigantescas montañas Kirguicias es difícil decirlo, pero que el fenómeno tiene un parentesco con lo que ha sucedido en otras partes de la antigua Unión Soviética lo hace patente el prurito de asignarle al movimiento un color, una flor o un fruto: la revolución del limón o del tulipán en este caso, como antes la de las rosas en Georgia y la naranja en Ucrania. Todas ellas variantes de la revolución de terciopelo checa que siguió a la caída del muro, aunque los desmanes de algunos manifestantes puedan malograr la característica suavidad de ese tejido.
 
En la remota república centroasiática se entrecruzan las dos últimas oleadas democráticas, la que está asociada con la caída del imperio soviético y la evaporación del comunismo con la que los americanos tratan esforzadamente de promover en el Oriente Medio y en las tierras islámicas. Kirguizistán pertenece simultáneamente a esos dos mundos, el antiguamente soviético y el islámico. Aunque muchos en Occidente habrán descubierto su existencia a propósito de las noticias de los últimos días, incluso un país pequeño, pobre y atrasado puede tener un impacto entre sus vecinos. Los dictadores, comunistas meteóricamente reciclados de las vecinas repúblicas, como él, islámicos y de estirpe turca, salvo los tayicos de parentela irania, tiemblan. Los uigures, también lingüísticamente turcos, también islámicos, están del otro lado de la frontera china, más al norte, y la defensa de su identidad constituye ya un problema grave para Pekín.
 
La democracia en tales tierras puede ser una delicada flor de difícil aclimatación. Razón de más para que lo que dicen apreciarla pongan toda la carne en el asador para sacarla adelante.

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