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Alberto Recarte

El marxismo-leninismo y el PSOE

Recuperar la ética es la tarea más complicada de las que afrontan los partidos socialistas, pues ética significa libertad personal y de conciencia y respeto a las convicciones de los que piensan de forma diferente

Durante casi un siglo, desde finales del siglo XIX a finales del XX, el marxismo ha constituido la esencia del socialismo y la socialdemocracia; incluso de parte del socialcristianismo, cuya manifestación más escandalosa fue la teología de la liberación. El marxismo aportaba, supuestamente, ciencia al pensamiento progresista. Los socialistas tenían a la historia de su parte, según explicaba “científicamente” el marxismo. Pero la impaciencia ante la lentitud de una historia que no justificaba la desaparición del capitalismo en Rusia, produjo el leninismo. Los partidos comunistas, como vanguardia de la clase obrera, disfrutaban, según Lenin, y posteriormente Stalin y Mao, de la capacidad de acelerar la historia hacia su conclusión lógica, la instauración de una sociedad sin clases, para lo cual se justificaba la utilización de la violencia; violencia científica. En nombre de la historia y de la ciencia el socialismo asesinó a los que consideraba burgueses en todo el mundo; antes de hacerlo, también, con los discrepantes de entre los suyos.
 
En la medida en que la aplicación práctica de la teoría marxista fue un fracaso económico sin paliativos y que sus predicciones teóricas sobre la evolución de las economías de mercado se demostraron totalmente erróneas, el componente marxista, como tal, fue desapareciendo de todos los partidos socialistas, declaradamente revolucionarios, que lo habían incorporado como verdad científica. Pero el leninismo, la justificación última de la violencia para conseguir unos objetivos políticos y sociales progresistas, permaneció. Un leninismo que se combina, en la actualidad, con el populismo y el nacionalismo en países que han padecido el socialismo real o que han sufrido revoluciones de inspiración jacobina o castrista, y que sigue influyendo en los partidos socialistas de los países desarrollados, que creen contar con una legitimidad diferente y añadida, o capaz de sustituir, en determinadas ocasiones, a la de las urnas. De hecho, el socialismo real sólo terminó cuando los ciudadanos de la antigua Unión Soviética dijeron basta, y no por el reconocimiento del fracaso intelectual del marxismo-leninismo. Y, de una u otra forma, la desaparición de la Unión Soviética socavó el soporte y la referencia política de las izquierdas de todo el mundo, que se encontraron sin modelo, ni capacidad de reformar sobre ese modelo, una práctica común que permitió durante decenios seguir defendiendo un modelo social intervencionista y temeroso de la libertad personal al socialismo y a la socialdemocracia.
 
En España, el PSOE de Felipe González renunció oficialmente al marxismo tras su segunda derrota electoral en 1979. Pero no lo hizo de la práctica o de la nefasta influencia del leninismo. La práctica del poder no democrático explica la colaboración con el golpismo del 23-F el Gal, las manifestaciones violentas, los insultos y las injurias durante los dos últimos años de gobierno del PP -amparadas en una supuesta indignación por la guerra de Irak- y el ilegal comportamiento entre el 11 y el 14 de marzo de 2004.
 
La seguridad de que al marxismo lo justificaban la ciencia y la historia permitió, y obligó, a prescindir de la ética, que pasó a ser considerada como una manifestación individualista y burguesa. Los efectos han sido devastadores en los partidos que se siguen llamando socialistas. Recuperar la ética es la tarea más complicada de las que afrontan los partidos socialistas, pues ética significa libertad personal y de conciencia y respeto a las convicciones de los que piensan de forma diferente. La falta de ética tiene efectos devastadores en la acción de gobierno, pues no hay principios a que atenerse.
 
La ausencia de ética es una constante en el partido socialista español, y por supuesto en el comunista. La ciencia y la historia, en la interpretación socialista española, justificaron el levantamiento de 1934 contra la legalidad republicana y lo que se identificaba con los intereses de la llamada burguesía. La ciencia y la historia justificaron las matanzas y los asesinatos durante la guerra civil, ya fueran por el pecado de ser burgués, como en Paracuellos, o por el de ser, predicar o practicar la religión, saldado con el asesinato de 8.000 religiosos.
 
La desaparición del marxismo y del otro apoyo teórico de la socialdemocracia, el keynesianismo hidráulico, ha producido un vacío clamoroso en todo lo que tiene que ver con la política, incluida la económica, de los partidos socialistas de todo el mundo, que resulta especialmente llamativa en España. De hecho, no hay ningún planteamiento político coherente en el PSOE, que se mueve entre la tarifa única para el IRPF y la proclamación de la necesidad de limitar los beneficios fiscales de los más ricos. Entre la necesidad proclamada de impulsar la competitividad y la persecución a la excelencia académica y a las exigencias educativas, por considerarlos valores fascistas. Entre el paradigma de la productividad, que levantaban cuando eran oposición, y el pacto político con los sindicatos. Entre la solidaridad entre los españoles, un objetivo progresista que parecía irrevocable, y la presión de los socialistas catalanes para pagar menos impuestos y reducir, en consecuencia, las transferencias a Andalucía y Extremadura. Entre el europeismo militante, con un traspaso sustancial de poderes a las instituciones supranacionales y la ruptura del pacto constitucional, para conceder poderes ilegales a las autonomías de los suyos o de sus aliados nacionalistas.
 
La miseria intelectual del socialismo español se ha refugiado en la negación de cualquier valor que pueda ser considerado como tradicional. Frente a la defensa de la familia la promoción de los matrimonio homosexuales, frente a la libertad religiosa una política laicista y de apoyo a otras religiones distintas del catolicismo, frente a la libertad educativa el intervencionismo público. En definitiva, una ideología de negación de valores de los que los tienen, sean cuales fueren, de defensa del intervencionismo público, defensa de la lucha de clases, aunque no se formule su existencia. Y de logro del poder por cualquier medio, para favorecer al sindicato de intereses en que se han convertido esos partidos autodenominados progresistas.

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