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Agapito Maestre

Retratos y perfiles

Sin duda alguna, Aznar intenta hacer pedagogía política para un presidente de Gobierno que, desgraciadamente, duda de la existencia de la Nación española. Esperemos que tenga algún efecto

Me llega el nuevo libro de Aznar, que desde hace días la prensa está publicando algunos textos. La idea que me había hecho del libro corresponde, en cierto sentido, a la realidad. Leo el índice y compruebo que aparecen personajes como Bush y Blair, pero también aparecen los retratos de su abuelo y esposa. Y, por supuesto, vuelve a reflexionar, como el que no quiere la cosa, sobre los sucesos terroristas del 11-M y lo acontecido hasta el día 14, sin olvidar los “resultados” de la Comisión de Investigación parlamentaria solicitada por el PP. El libro es, en verdad, una serie de semblanzas bien escritas, amenas y bien circunstanciadas sobre personajes políticos y no políticos. Muchas cosas podemos aprender de su lectura. Sin ánimo concluyente y, después de leído transversalmente, dos asuntos hallo relevantes y, sobre todo, les aconsejo su sugerente autorretrato.
 
Primero, el nuevo libro de Aznar vuelve a estar presidido por una única idea, que aparece ya en la dedicatoria: España. En efecto, aparte de sus padres y hermanos, el libro también está dedicado “a esa inmensa mayoría de españoles que no está dispuestos a levantarse un día y descubrir que España es apenas ya nada.” Segunda, este hombre vuelve a defender la imposibilidad de la democracia sin principios y convicciones, que señalen la continuidad de la nación. Ése es, seguramente, el leit-motiv de todo el libro, que pretende hacer despertar a los políticos dogmáticos que creen sólo en las encuestas de opinión y en las tácticas de mercadotecnia.
 
Sin duda alguna, Aznar intenta hacer pedagogía política para un presidente de Gobierno que, desgraciadamente, duda de la existencia de la Nación española. Esperemos que tenga algún efecto. Defensa de principios y persistencia en la continuidad de una nación son las dos recetas clave de Aznar para toda la clase política española. Él mismo las practicó cuando gobernó, pero, ahora, intenta convalidarlas, no sin cierta ironía, con los retratos de personajes como Bush y Blair. Del inglés vuelve a decir, con simpatía, que ha sido el que mejor ha demostrado que en los países grandes existen constantes históricas y una continuidad que todo el mundo respeta cuando le llega el turno de gobernar. Y de Bush, otra vez, nos indica a los europeos que es un modelo moral de político, sencillamente, porque cree en el valor de la lealtad.
 
El autorretrato de Aznar es, naturalmente, todo su libro, pero sin la descripción de la jornada del día 19 de abril de 1995 no tendría sentido su obra. Ese día, como ustedes habrán adivinado, todavía no era presidente del Gobierno Aznar. Por lo tanto, Aznar no quiere retratarse como hombre de Estado, ni siquiera como político, sino como un ciudadano normal. Ese día, que por la mañana temprano su mujer le había recordado el asesinato de Gregorio Ordónez, ETA intentó acabar con su vida. Se salvo milagrosamente y también por las precauciones del Secretario General del Partido, Francisco Álvarez Cascos, que compró un nuevo vehículo para Aznar. Lo cierto es que, desde ese día, José María Aznar no ha podido dejar de verse como una víctima del terrorismo. No importa el comportamiento infame del anterior presidente de Gobierno, Felipe González, que apenas se interesó por su estado de salud. Tampoco le preocupó demasiado el comportamiento displicente del ministro del Interior de esa época, Belloch, quien, después de oír la información de Mayor Oreja sobre que ETA estaba preparando un atentado contra una personalidad muy relevante del Partido Popular, “lo desechó de raíz, argumentando que la información no tenía ningún fundamento.”
 
En ese contexto de desprecio por la vida de los otros, y en especial de la vida de Aznar, de la que hizo gala el Gobierno de González, he aquí una muestra. Después del atentado sufrido por Aznar, dice éste: “Del Gobierno llamó por teléfono el Presidente Felipe González, que no acudió a la clínica. Se acercó a visitarme Belloch, aunque no pude verlo porque cuando llegó estaban realizándome unas pruebas. La ministra de Sanidad María Ángeles Amador telefoneó para interesarse por mí (…). Excepto estas tres personas, nadie más del Gobierno se presentó en la clínica Ruber ni llamó por teléfono.” Basta con estas líneas para retratar a todo un Gobierno socialista, otro día les cuento la barbaridad que dijo el presidente de Extremadura del atentado de Aznar.

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