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Carlos Semprún Maura

Francia über alles

lo particular en el caso de Francia es su arrogancia. Todos están convencidos de la superioridad de Francia sobre el resto del mundo. Una “superioridad” tan difícil de definir como incuestionable

Confío en que mis lectores admiren como se merece, mi sentido del deber informativo, que me impulsó a sacrificar “Mystic River” de Clint Eastwood, retransmitida por otra cadena, para aburrirme durante dos horas y pico con la farándula del Presidente Chirac y 83 enanos, jóvenes para más inri. Como estaba previsto, el debut de las técnicas del reality-show en el debate político fue un fracaso. Quisieron hacer “moderno”, a la moda, “cool” y cayeron en algo semejante a la telebasura, que tantas veces está directa e inconscientemente inspirada de las confesiones públicas del Ejército de la Salvación.
 
La selección de esos 83 jóvenes fue tan rígida que si bien se evitaron las manifestaciones del género hincha futbolístico, o sea gritos, vocerío, insultos y puñetazos, los chavales y chavalas se mostraron tan tímidos como ingenuos, tan ingenuos que resultaban tontos. Se entiende que enfrentados por primera vez a la televisión y al Presidente de la República, nada menos, muchos tartamudearan y algunos hasta fueran incapaces de formular sus preguntas. Pero esto se debe a su selección, precisamente, y no constituye un dato generalizado en la juventud francesa.
 
Para limitarme a un ejemplo reciente, los estudiantes entrevistados durante los líos y manifestaciones del “movimiento liceano”, decían barrabasadas en su mayoría, pero con impertinencia y soltura. Todo lo contrario ocurrió anoche. Dejemos la “forma” para hablar del “contenido”. Lo primero que salta a la vista es que en ese debate sobre Europa y su Constitución, sólo se habló de Francia. ¿Qué aportan Europa en general, y la Constitución en particular, a nuestro país? Y en la mayoría de los casos la pregunta fue: ¿qué me aporta a mí? Estoy en paro, ¿la Constitución me dará un empleo? Se manifestaron variopintas inquietudes ante la agricultura polaca, y la invasión de los extraterrestres, o sea todos los europeos no franceses. En el único momento en el que se manifestó cierta espontaneidad, con risas y aplausos, fue cuando un joven confesó trabajar en negro –los fines de semana– para pagar sus estudios. Es probable que en otros países europeos también se manifiesten egoísmos nacionales o personales ¿saldremos ganando o perdiendo? Pero lo particular en el caso de Francia es su arrogancia. Todos están convencidos de la superioridad de Francia sobre el resto del mundo. Una “superioridad” tan difícil de definir como incuestionable. Esto fue lo que Chirac reafirmó en su prólogo, epílogo, y respuestas. Europa es francesa, la Constitución es francesa, ambas permitirán a Francia convertirse en gran potencia mundial, y si para ello debe hacerse alguna concesión sobre el precio de los zapatos, es secundario.
 
Para intentar convencer y descartar los temores, mintió descaradamente en cuanto a los magníficos resultados políticos, económicos y diplomáticos de Francia, y se contradijo continuamente, como cuando arremetió contra el “ultraliberalismo”, exaltando al mismo tiempo la economía de mercado (sin el famoso “social”). Pero cuando alguien le recordó que había muchísimo menos paro en Reino Unido que en Francia, soltó, displicente: “En Inglaterra existen normas y leyes sociales inaceptables en Francia.” Lo aceptable en Francia sería el paro, el “modelo francés de desempleo”. También se valió del habitual chantaje de los partidarios del “sí”: “Si triunfa el “no” en Francia, mientras que el “sí” triunfa en los otros 24 países, nuestro país perderá su poder y su prestigio.” Que se tranquilice el señor Presidente, Francia no va a ser el único país que va a rechazar esa Constitución de aquelarre.

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