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Cristina Losada

Zapeando en ZP

Gracias a la fragmentación continua, podemos tener un presidente de la Nación que no tiene claro qué es una nación. Un jefe de gobierno del Reino de España que el 14 de abril quiere pasar por republicano

Hace un año, llegaba al poder el telesocialismo, que es el canal que emite el batiburrillo de tópicos con el que se ha criado la segunda generación de la cuerda de Felipe González. Éste también le daba al cliché fácil, pero aún rendía tributo al tópico de que la izquierda representaba cierto nivel cultural. Así, hacía lo posible, y hasta lo imposible, por demostrar que su galaxia era la de Gutenberg. Ahora, tal esfuerzo se revela innecesario. Zetapé y sus cuates navegan alegremente por el espacio vacío de letras. Ese universo iletrado que se origina en el Big Bang de un mando de televisión y que es de temer que se expande.
 
En 1988 le preguntaron a González qué era, en su opinión, ser de izquierdas. La respuesta, recogida por Amando de Miguel y José Luis Gutiérrez en La ambición del César, fue: “Gobernar en un momento en el que uno tiene que optar entre inventar el futuro para que la derecha gobierne el presente o gobernar el presente para construir el futuro. Yo creo que hay que tener el coraje político de gobernar y tomar decisiones y no refugiarse en cómo será el futuro mientras la derecha gobierna el presente. Esto me parece ser de izquierdas”.
 
Era uno de los juegos cantinflescos que analizarían los autores, quienes calificaron lo de FG de semiótica del barullo. Década y pico después, la idea de la izquierda más conocida del siguiente presidente del PSOE iba a ser la que tenía su hija. Infantil sí, pero no ingenua. Como lo que abunda en la tele. Una forma de entender a este gobierno es figurándoselo como un producto del zapping. Una sucesión de fragmentos de la que no se espera consistencia ni coherencia. Que no se espera siquiera que sea nada. Ser no es verbo para aplicárselo. Aunque sin la Ser, ya se sabe.
 
Es cosa de pasmarse si se juntan los fragmentos y se ve al Zapatero del 2000 con el de dos años después; o sea, el de la política de Redondo en el País Vasco y el de la defenestración del dirigente del PSE. El del cambio tranquilo y el de la bronca permanente. El del Pacto Antiterrorista y el que sólo pide tres palabras a Batasuna. Y el que sin mediar ni una palabra, que se sepa, va a permitir que los cómplices de la ETA vuelvan a colarse en el parlamento vasco.
 
Gracias a la fragmentación continua, podemos tener un presidente de la Nación que no tiene claro qué es una nación. Un jefe de gobierno del Reino de España que el 14 de abril quiere pasar por republicano. Y un líder del PSOE que se presenta como heredero de la II República, cuando fue su partido uno de los que se levantó contra aquel régimen. Que cuele todo ello puede explicarse por que la gente se ha acostumbrado a ver la realidad, y no sólo la tele, mediante el zapping. Tanto le da el gobierno al manubrio del mando, que cuando uno de sus ministros mete la pata, lo zapea para que desaparezca un buen rato de la pantalla.

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