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José García Domínguez

Macarrón de la Isla

El bloqueo mental de la izquierda española frente a la cleptocracia criminal que regenta un prostíbulo flotante en lo que fuera el tercer país más próspero de América, es patológico e incurable

De vez en cuando, uno se acordaba de aquel fulano discípulo de Chauchescu que andaba por los saraos de Madrid con Felipe González, después de haberle pegado unos tiros a su maestro. Sí, aquel Petre Roman de pulsera grabada, sorbo fácil, sortija generosa, patilla inabarcable, Winston entre los labios, calcetín siempre blanco, peine en ristre y pistolón sobaquero.  Rememorando a ese sujeto que acabaría de primer ministro en Rumania, se sosegaba en la certeza de haberlo visto todo ya. Eso creía uno hasta ayer mismo, cuando súbitamente se le apareció en el Telediario un tal Abel Prieto, ministro de Cultura del Partido Comunista de las Tierras Cubanas. Y es que a este Prieto hay que observarlo con calma, antes de salir corriendo. Porque uno entiende que en un Estado jinetero, en el que el Gobierno no sólo chulea a la sociedad sino que se ha convertido en el mayor proxeneta del país, los macarras viajen en coche oficial. Pero hasta en lo del rufianismo hay categorías, y la estampa de ese Caín de playa es para alquilar sillas, como dicen en Cataluña.
 
Pues, bien, se nos planta el excelentísimo camarada Makinavaja en la Casa de América, y lo primero que suelta es que Raúl Rivero es “un gusano” que tiene suerte porque no lo han asesinado en una cuneta. Y mientras, Carmen Calvo, cual mariposa deslumbradita con los destellos del diente de oro de ese galán habanero, asintiendo alelada a la catarata de antianglicanismos del lustroso baranda caribeño que el destino había colocado a su vera. “¡Más madera!”, parecían exigir los ojillos chispeantes de la Calvo al bronceado melenas, al tiempo que, en el otro extremo de la ciudad, Zetapé le ponía una merienda al asesinable.
 
En este asunto, lo del individuo que ha enviado Castro para sacarle nuestro dinero a la Calvo, no hace falta explicarlo, por la sencilla razón de que ya lo hizo Lombroso en su día. Lo de Rodríguez, tampoco; porque, aquí, todo el mundo conoce la filmografía de Groucho Marx y recuerda aquel aforismo suyo, la piedra sobre la que sus seguidores edificarían su Iglesia: “Éstos son mis principios. Sí a usted no le gustan, tengo otros”. Y lo de los demás, lo del idiota moral colectivo que responde por el genérico los progresistas, simplemente, no tiene explicación. Ni remedio. El bloqueo mental de la izquierda española frente a la cleptocracia criminal que regenta un prostíbulo flotante en lo que fuera el tercer país más próspero de América, es patológico e incurable. No hay nada que hacer, el Gran Chulo los fascina, no lo pueden evitar. De ahí que por las amplias avenidas de su mala conciencia revolucionaria sigan entregados a hacer la calle para él. Y así, hasta que la muerte los separe. ¿Verlo todo? Aún no hemos visto nada.        

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