El éxito de las telenovelas radica en que los personajes se encuentran perfectamente definidos y son fáciles de identificar por el gran público. Desde el principio se sabe quién es el malo, el bueno, la víctima, los poderosos y los débiles. Normalmente, la mayoría del auditorio de ese popular género televisivo está con el débil, el enfermo, la víctima o el perseguido.
En la política mexicana estamos viviendo una telenovela, donde el precandidato Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) decidió representar el papel de mártir como su principal medio para ganar popularidad a nivel nacional. El desafuero le dio la oportunidad de anunciar su candidatura para el 2006 con cobertura nacional. Sus estrategas han dejado claro sus fines publicitarios tras el desafuero.
El proceso al Jefe de Gobierno del Distrito Federal de México por el Congreso coincidió con la muerte del Papa, la que lógicamente fue considerada más importante. Pero el precandidato de la vieja izquierda mexicana acusó públicamente a los medios de comunicación por dar más cobertura al Papa que a su desafuero. Esa acusación dejó claro que lo importante para ese partido de izquierda es la propaganda que rodea a ese proceso y no las causas y consecuencias del mismo. La prisa del desaforado por ir a la cárcel sin que todavía nadie lo acuse y el anunciar que se quedará encarcelado, aunque pueda alcanzar la libertad bajo fianza, puso en evidencia que sus planes son que lo encarcelen para configurarse claramente –al igual que en las telenovelas– como un mártir.
Aunque ha sido notoria la utilización del desafuero por violar un amparo, a propósito según algunos especialistas para lograr publicidad, es preocupante que el principal partido de izquierda en México le siga apostando al escándalo y al enfrentamiento como principal medio para ganar la presidencia en el 2006.