Lo glosa Alain Finkielkraut en La derrota del pensamiento: Ulrich, el hombre sin atributos de Musil, renunció definitivamente a todas sus ambiciones cuando por primera vez oyó calificar a un caballo de carreras de genial. Entonces era un científico prometedor, una joven esperanza de la república de los espíritus. Pero ¿para qué obstinarse? “En su juventud acuartelada, Ulrich apenas había oído hablar de otra cosa que no fueran mujeres y caballos, se había zafado de todo eso para llegar a ser un gran hombre, y he aquí que en el mismo momento en que, tras infinitos esfuerzos, habría podido sentirse cerca del objetivo, el caballo que le había precedido lo saludaba desde abajo…”
Hasta aquí, uno de los iconos culturales sagrados de cuando la izquierda aún pisaba las bibliotecas, condenando, en 1913, exactamente lo mismo que Benedicto XVI, hoy: la dictadura del relativismo. Si algún día a Telecinco le da por producir la adaptación modernizada de la obra –es decir, en dibujos animados y con banda sonora de Ramoncín–, no sólo a Chaves, incluso al pobre Simancas se le caerá la Play Station de las manos al descubrirlo.
Pero como Berlusconi anda muy ocupado en otros asuntos y no encuentra tiempo para lo de la serie, ellos siguen encolerizados con el Vaticano. Ahora, porque los cardenales se empecinan en incumplir su mandato de nombrar Papa a algún híbrido entre el alcalde de Marinaleda y Rigoberta Menchú con unas gotitas de Antonio Gala y el padre Apeles; es más, reinciden en la impertinencia de elegir para ese magisterio exclusivamente a católicos practicantes de estricta observancia. Y hasta ahí podríamos llegar, hombre.