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Cristina Losada

Y lo progre se hizo carca

La letra de una canción se vuelve sospechosa de incitar a relaciones sadomasoquistas en las que la mujer es dominada por el hombre. ¿Y si fuera al revés? Entonces, no habría caso.

Los más viejos del lugar recordamos aquellos momentos gloriosos de los sesenta en los que se rompía con las convenciones despectivamente calificadas de burguesas. La familia y el matrimonio debían de ir a parar al basurero de la historia. La monogamia, lo mismo. La contención en la vida sexual, también. Eran los tiempos del movimiento de liberación sexual, de las comunas y el amor libre. Los tiempos en que las mujeres se quitaban los sujetadores como señal de liberación y emancipación. Pocos imaginarían entonces las consecuencias, para muchos individuos desastrosas, de aquella revolución de las costumbres. Pero menos imaginable aún era que tanta rebelión cuajara años después en una rígida ortodoxia.
 
Y, sin embargo, ha sido así. De las heterodoxias de los sesenta han nacido normas políticas y morales que vigilan y defienden con pose inquisitorial los que se dicen herederos de la época aquella. De la fosilización de las tendencias políticas de los sesenta ha salido un código represivo. Y hemos pasado, en sólo unas décadas, de quemar los sostenes a tener que ponernos el corsé, si no real, mental. Aunque la moda, siempre atenta al Zeitgeist, también nos los haya propuesto, los auténticos.
 
El matrimonio entre homosexuales habría sido, en los sesenta, una propuesta reaccionaria. Y, sin embargo, los lobbies de gays y lesbianas nos lo presentan ahora como el cenit del progresismo. De reivindicar la libertad sexual, que devenía a fin de cuentas en promiscuidad, han pasado a abogar por la pareja estable y hasta casada. Y se quedan tan frescos. Es una prueba palmaria del fracaso de los experimentos de los sesenta, pero no lo reconocerán. Igual que no reconocen, si es que conocen, que ante los primeros indicios de la epidemia del Sida, los movimientos gays se opusieron a las medidas de precaución. Por reaccionarias, naturalmente.
 
Parte del feminismo ha sufrido una parecida evolución hacia la carcundia. Sus pretensiones de restringir la libertad son dignas de los más recalcitrantes puritanos. La letra de una canción se vuelve sospechosa de incitar a relaciones sadomasoquistas en las que la mujer es dominada por el hombre. ¿Y si fuera al revés? Entonces, no habría caso. Pero lo curioso, y hasta lo gracioso, es que coinciden ahí con los que ellas llamarían retrógrados.
 
Ahora que Zetapé, feminista radical donde los haya, les ha dado cancha a los nuevos inquisidores, podremos asistir desde la barrera a las ocurrencias que vayan teniendo. Que serán imitación de las que salpimentaron la vida en los Estados Unidos, durante los ochenta, los noventa y ahora mismo. Si allí se llegó a retirar de un instituto una reproducción de un cuadro de Goya porque incitaba al acoso sexual, aquí pueden cerrar el Prado. ¿O volverán las hojas de parra para los desnudos? Quién sabe, pero apostaría a que no se meterán con las emisiones pornográficas del canal de televisión que consideran de su cuerda. Porque la represión que ejercen estosprogreshechoscarcases contundente pero selectiva.

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