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EDITORIAL

Tony Blair, un voto de confianza

Consciente de que sólo el vínculo atlántico puede garantizar a un tiempo libertad y seguridad, Blair ha apostado a lo largo de sus dos mandatos por refortalecer la tradicional alianza angloamericana

Hace poco más de dos años de la célebre foto de las Azores que sirvió de preludio a la intervención aliada en Irak. Con la excepción de José María Aznar, que decidió no presentarse a la reelección, los tres restantes han experimentado, por mal que les pese a muchos, una mejora en su situación política. El portugués Durao Barroso ha sido ascendido a comisario jefe de la Unión Europea, George Bush barrió del mapa político en noviembre a su adversario demócrata en una victoria histórica, y el último del cuarteto, el británico Tony Blair, acaba de pasar a los anales de la historia del Reino Unido tras haber superado con nota la prueba de revalidar, por tercera vez, la mayoría en la Cámara de los Comunes.
 
Tony Blair es la cabeza visible y el mejor representante de lo que se ha dado en llamar New Labour o nueva izquierda, nacida al calor de las reformas que el mismo Blair y otros significados representantes del Partido Laborista aplicaron al viejo laborismo británico en los noventa. La receta fue sencilla pero no por ello menos sorprendente dado el andrajoso estado de ideas en el que se encuentra la izquierda europea en su conjunto. Los nuevos laboristas adaptaron el tradicional pensamiento socialista al nuevo orden mundial que brotó tras el colapso del imperio soviético y lo bautizaron, para exorcizar a sus propios fantasmas, como la tercera vía. Cuando Blair llegó por primera vez al 10 de Downing Street el Reino Unido llevaba casi dos décadas de una revolución silenciosa que le había devuelto a la senda del bienestar económico y la preeminencia internacional. Tony Blair, consciente de la eficacia de las medidas liberales que tan bien habían funcionado desde tiempos de Margaret Thatcher, procuró no mover ni una coma y, desde entonces, ha mantenido intacta una política económica que es puro sentido común pero que, en la realidad, se traduce en bajas tasas de desempleo y altos índices de crecimiento.
 
La opinión pública británica, escarmentada tras las miserias padecidas con el Old Labour en tiempos pasados, ha sabido desde entonces apreciar los buenos oficios de un gobernante que, antes de perderse en demagógicos discursos a los que la izquierda es tan aficionada, prefiere cuadrar las cuentas y ofrecer un país saneado y atractivo para la inversión y la creación de riqueza. La economía o, mejor dicho, la buena marcha de la misma, es una de las claves que ayudan a entender porque Tony Blair se ha llevado de calle las elecciones del jueves, pero no la única. El otro pilar sobre el que Blair ha edificado su mito de premier invencible ha sido su atinada política exterior. Consciente de que sólo el vínculo atlántico puede garantizar a un tiempo libertad y seguridad, Blair ha apostado a lo largo de sus dos mandatos por refortalecer la tradicional alianza angloamericana, una alianza que en el pasado ha reportado grandes beneficios al Reino Unido y a la que los británicos no encuentran más que bondades.
 
El apoyo a la guerra de Irak no ha sido, tal y como ayer se hartaron a repetir los medios españoles, un escollo difícil de franquear. El grueso de la sociedad isleña estaba a favor de la intervención. Y ahí están los datos para demostrarlo. De los 646 escaños con los que cuenta el Parlamento de Westminster, 552 corresponden a diputados laboristas y conservadores, es decir, que pertenecen a las dos formaciones que se mostraron favorables a la liberación de Irak. Tan sólo una minoría, la del Liberal-Demócrata Charles Kennedy, se opuso abiertamente y, a pesar de un ligero incremento, su presencia parlamentaria sigue siendo residual. De este modo se ven los británicos y así lo han expresado en las urnas. Es de esperar que Blair continúe por el camino que él mismo se ha marcado y que le ha reportado tres convocatorias electorales victoriosas. Porque, cuando un país prospera y se hace digno del respeto de sus vecinos es que sus constantes vitales son inmejorables. En la vieja y timorata Europa que, a trancas y barrancas capitanean Alemania y Francia, Gran Bretaña es un ejemplo a seguir.

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