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Agapito Maestre

Populismo y deslegitimación democrática

pone en cuestión el tejido democrático construido desde la muerte de Franco hasta hoy. Y, sobre todo, porque destruye la base de la democracia, que no es otra que la “colaboración genuina” de fuerzas políticas

Rajoy le ha preguntado a Rodríguez que fije, por favor, su posición sobre España, que diga en términos democráticos, o mejor de forma clara y distinta, cómo plantea el proceso constituyente, quizá el cambio de régimen político, que ha abierto el gobierno del PSOE. La respuesta dada por Rodríguez desasosiega para quienes aún creemos en la viabilidad democrática de España. Rodríguez no ha contestado porque, en realidad, no quiere que el PP, que representa a casi la mitad de la nación, partícipe en ese proceso. La técnica utilizada por el presidente de Gobierno en el debate de la nación ha sido la misma que puso en práctica para alcanzar el poder: populismo y propaganda haciéndose la víctima.
 
La actuación victimista de Rodríguez en el debate de la nación nos hace sospechar lo peor para el futuro de la democracia. Malos tiempos corren para el análisis. Peores para las propuestas. Y nefastos para introducir razones allí dónde sólo hay perversidad totalitaria. El Gobierno y sus aparatos de propaganda, incluido la mayoría de los medios de comunicación, quieren dejar fuera de juego al PP. Ayer puso de relieve Rodríguez que acepta antes la desaparición de la democracia que pactar, hacer política, con el partido de la Oposición. Después de un año en el Gobierno, ayer el presidente de la nación nos volvió a dar un recital sobre cómo acabar con la política. Su discurso agresivo y de oposición sólo reflejaba resentimiento. No contestó a Rajoy ninguna de sus preguntas, pero nos dejó muy claro que la “política” en España ya no es fiabilidad en el adversario político, generación de confianza para solucionar problemas entre fuerzas políticas diferentes. Rodríguez negó ayer que la política sea consecución de acuerdos entre todos los actores implicados en la sociedad democrática. Por el contrario, para este hombre la “política” no será sino estigmatización del adversario hasta dejarlo reducido a enemigo. He ahí una de las peores consecuencias del 11-M y, sobre todo, de la intervención de ayer de Rodríguez.
 
Esta contundente valoración significa que la democracia española corre peligro. Sin duda los déficits democráticos, que se derivan de esa actitud, son hoy el peligro más grave de nuestra democracia. Más aún, sin la superación de esa perversa actitud, que convierte al adversario en enemigo, diría que nos hallamos al borde de la absoluta deslegitimación del sistema democrático. Rodríguez ha puesto en cuestión el mayor capital político de la democracia: la Constitución. Por eso, ayer, no quiso definir en qué términos desea plantear el nuevo período constituyente. Porque pensar es arriesgar, y por supuesto exagerar, mantengo que sólo si nos percatamos del riesgo de la estigmatización del adversario político, entenderemos la crisis de legitimidad y, sobre todo, de gobernabilidad que sufre la democracia española. Todos los actores políticos tienen responsabilidades en esta crisis, pero el Gobierno, por razones obvias, es el primer responsable del fiasco. Muy pronto podemos entrar en una crisis de gobernabilidad sin precedentes en la España reciente, porque el Gobierno no sólo niega capacidad de negociación a su adversario político, sino que también lo estigmatiza a través de una técnica perversa y populista: el victimismo.
 
¿Victimismo? Sí, no hallo otra palabra para reflejar la siempre intempestiva táctica del populismo más rancio, victimismo es la primera tarea del gobierno de Rodríguez para ocultar su crisis de legitimación democrática. Ese victimismo fue magníficamente sintetizado por las palabras de Peces Barba en el homenaje a Santiago Carrillo: los buenos están con Carrillo o no son. El Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo no podía dejar más claro la política llevada a cabo por Rodríguez desde que llegó al poder el PSOE. En España sólo hay buenos y malos. Los socialistas más Ibarreche y Carod Rovira son los buenos, mientras que los demócratas del PP son los malos. Naturalmente, los buenos no serían nada si no asumiesen el rol, diría algún sociólogo pedante, de ser las principales víctimas-acusadoras de los malos, o sea de los horribles verdugos. Hurtar el papel de las genuinas víctimas es el principal afán del Gobierno socialista. Victimismo y resentimiento caminan unidos. Casi podría decirse que paz, ciudadanía y talante, la tríada utópica de ZP, no son plausibles sin sus tres contrarios reales: victimismo, movilización y propaganda.
 
El victimismo de Rodríguez en la Oposición y en el Gobierno es la esencia de su proceder antipolítico. Además, ha sido la base de la movilización casi totalitaria llevada a cabo por el PSOE durante los últimos cuatro (sic) años. Para este partido la movilización fue, y sospecho que seguirá siendo, todo. En la Oposición y en el Gobierno lo decisivo para el PSOE ha sido siempre mantener movilizada a la población para después someterla a un proceso de sedación dulce. No importan los motivos. Todo vale, si la población está en tensión y dispuesta a culpar al “otro” de todos su males. Lo decisivo es que la “ciudadanía” quede reducida a masa estabulada en dogmas y, naturalmente, seguidora de las consignas del Pérez Rubalcaba de turno.
 
Castro y Chávez son aprendices al lado de la “movilización total” al que los socialistas españoles someten a la población. Ésta no puede entender su acción en la vida pública, sino es movilizada, naturalmente, contra alguien o algo. Primero, fue contra Aznar (responsable del hundimiento de un barco petrolero, de la caída de un avión que transportaba militares, del toro que mató a Manolete, etc.); después, había que movilizar contra Bush y Aznar (por la guerra de Irak…); y, ahora, contra el PP (por ser heredero de todas las perversiones de la humanidad). Antes, en la Oposición, el PSOE movilizaba para desalojar al Gobierno del poder sin imponerse ninguna autolimitación. Ahora, el Gobierno no se usa para gobernar, sino para movilizar y mantenerse en el poder. Y la técnica siempre es la misma: victimismo y resentimiento.
 
La “política” de este Gobierno es la negación de la política y, por supuesto, de la democracia a través del resentimiento que culpa al “otro” de sus problemas. El día que se desenmascare, de verdad, todo lo que el victimismo oculta, nadie negará que el PSOE ha hecho regresar a su partido a una situación prepolítica, o sea de guerra civil permanente. Los ejemplos de victimismo prepolítico, por decirlo benévolamente, ocuparían esta columna, pero la actuación de ayer del presidente del Gobierno en el debate del estado de la nación produce espanto. ¡Es insólito! El Gobierno, los representantes socialistas y todos sus socios serían, pues, víctimas de los malvados dirigentes del PP.
 
Una vez más, la perversidad victimista de Rodríguez quiso demostrar que el PP es un peligro. Es necesario aislarlo como si fuera un perro rabioso. Es necesario que el PSOE y los otros minoritarios (separatistas y comunistas) cierren filas contra el poderoso verdugo de los ciudadanos. Una vez que el PP ha sido descubierto como el poderoso opresor, hay que competir por presentarse como la más sufrida víctima. Es la forma más adecuada para destruir cualquier esfuerzo que tienda a construir un proyecto político común. Es la mejor fórmula para destruir la posibilidad de generar confianza y compromisos mutuos, o sea, de generar sentido común con el otro partido, que representa a casi la mitad de la población. Presentarse como víctima de todo (del pasado, el presente y el futuro) asegura al PSOE su mantenimiento en el poder. No le preocupa que le llamen mentiroso, si previamente ha conseguido que algún incauto lo considere víctima… Lo importante es negar el intercambio franco y sin tapujos entre fuerzas políticas en condiciones de igualdad.
 
Sí, con esta simple técnica, el PSOE ha conseguido esterilizar cualquier debate público de carácter democrático. Así, una vez más, fracturó ayer el señor Rodríguez las serias objeciones lanzadas por Rajoy a un año de desgobierno. Reservarse para sí mismo el papel de victima-acusadora le ha reportado al PSOE importantes beneficios, pero ha dañado seriamente el frágil tejido democrático de nuestra escasa vida pública. Si el PSOE es la victima-acusadora y el PP, el opresor-acusado, jamás podrá haber comunicación entre iguales, sino un tráfico unidireccional, con un objetivo preciso: el acusado deberá terminar reconociendo su culpa. Más aún, y en esto el sumo sacerdote Rodríguez es implacable, el PP deberá dar muestras de constricción e, incluso, tendría que ofrecer una reparación de daños. A la luz de esta técnica totalitaria para ocupar el espacio público no sólo comprendemos el indecente victimismo practicado ayer por Rodríguez, sino que también podemos explicar que el “talante” de ZP no es nada más que una técnica para demonizar al otro haciéndose pasar por víctima. Trágico camino el iniciado por el PSOE. Primero, porque pone en cuestión el tejido democrático construido desde la muerte de Franco hasta hoy. Y, sobre todo, porque destruye la base de la democracia, que no es otra que la “colaboración genuina” de fuerzas políticas diferentes en el marco de una empresa común libre de víctimas y verdugos.

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